domingo, 26 de febrero de 2017

Gargajos humanos



Chingada madre, mi frente está sudada, va a descubrir que estoy nervioso. Tranquilo, carnal, tú le das lo que quiere y ya. Se acabó, seguimos la ruta. Me repito esto en el espejo, pero ahí viene este cabrón. Ojalá que el sudor de mis manos no moje la sor Juana. Por pasarme un pinche rojo ahora tengo que entregar este verde. A este puerco. Lo veo chiquito por mi espejo retrovisor. Chiquito, como en verdad es. Un sándwich de licencia, permiso y un billete de 200. Para usted, puerco policía. Trágate mi dinero. De todos modos ya se lo traga el pinche gobierno y la puta de mi esposa. Ya se lo traga Don Eladio el de la tiendita cuando voy a comprar caguamas. ¿Está bien, oficial? Gracias. No, ya valió. Regresa con su compañero.  Seguro checará cuánto más pueden sacarme. Es Periférico, cabrón, por aquí pasan Cadillacs, Audis, en una ocasión vi dos Lamborghinis en el mismo día. Les puedes sacar más dinero del que me puedes sacar a mí. Me dan asco. Preparo uno en la boca, siento flema. Mejor. Ojalá este gargajo golpeara tu cara. Tendré que conformarme con el piso. Ahí viene el puerco. No tengo más. Está bien, tome. Treinta varos. No, por favor. Mire, le doy un cigarrito. Gracias. Gruñe el camión y seguimos la tercera vuelta del día. Y apenas son las cuatro. Ahora el volante está mojado.
Cuando los camiones de la ruta regresan a la base a media noche el guardia cierra la cuna con candado y los choferes nos bajamos el pantalón y empinamos las nalgas. Ahora toca que nos la meta el transporte público. Dejamos de ser choferes para volvernos usuarios. A esa hora ya no tengo ganas de pelear. Esos compañeros que cuentan cómo llegan y buscan pretextos para madrearse a sus esposas, son una envidia. Yo cuando llego a mi casa llego cansado. Hecho mierda. Lo único que se me antoja es una mamada de la Gladis. Si me casé con esa mujer es por cómo me chupaba la verga cuando éramos chavitos. Sus labios, su movimiento de cabeza, todo. Todo lo que hace con esa boca es un regalo de mi madrecita, que descansa en el cielo, por todas las veces en que la ayudaba a cargar a mi jefe cuando lo regresaban borracho sus compadres. El doctor dijo: “Coma etílico” y no despertó.  Murió como vivió. Después de esta noticia, mi mamá comenzó a cantar en las mañanas. Antes de eso aguantó los madrazos de mi jefe, sus celos, sus infidelidades. Quizá hizo un trato con San Pedro para que me mandaran a la Gladis. Ojalá me la mamara con aquella cotidianidad. Ahora apenas y me pide que levante las patas cuando barre. Es como si fuera ese gargajo que terminó en el piso. Espera a que las burbujas de mi existencia revienten para que yo pueda desaparecer. Pasa por mi costado y ni una sonricita. Ella vive y yo me seco en el piso de la vida.
Llego a mi casa y otra vez Gladis no está. Karla, nuestra hija, me recibe con la noticia de que otra vez está con la gente de la parroquia. A mí se me hace que otro pendejo está recibiendo su gloriosa mamada. Y yo aquí sentado frente a la televisión. Tengo que admitir que no me importan las noticias. A fin de cuentas es ladrón robando a ladrón. Todos los partidos son la misma mierda. Si todos aceptaran eso, no tendríamos que votar. Y podríamos quedarnos el domingo entero viendo los partidos de la liga. Todos los partidos son la misma mierda. No sé si sean todas estas botellas de chelas vacías en el piso o la ropita que usa, pero qué rica se ha puesto la Karlita. Cuando miro sus nalguitas mi verga se pone igual que cuando recuerdo los labios de Gladis. Sí, Karlita, otra chela por favor. ¿Sólo queda una? No importa, chiquita, tú tráela. Mañana le pides unas fiadas a Don Eladio. Ven, siéntate conmigo. La tela del sillón se siente bien cuando imagino que las nalguitas de Karlita van a reposar ahí. Soy tu padre, carajo. Pasa tiempo conmigo. ¿Qué acaso no te llevé a ver  la madre esa de la Capilla Sixtina en Revolución? ¿Acaso no tuve que hacer doble turno para comprar ese horrible vestido de quince años por el que tanto llorabas? Bueno, vete, pendeja. Ya le estás agarrando las mañas a tu madre. Un escuincle de mierda debe estar gozando de la técnica de tu madre, pero apuesto que tú has de ser mejor. Nos has visto, en nuestras rutinas y silencios. Yo creo que ya sabes con qué tipo de hombre no quieres terminar. Suertudo escuincle. Lazos sanguíneos de mierda. La pantalla de la televisión se oscurece. No, todo oscurece.
El sonido del vidrio de la puerta me despierta. Se abre y Gladis llena de luz esta pocilga. El zumbido del foco acompaña la estática de la televisión. Gladis, despiértame, gorda. Por favor, por lo menos voltea a verme. Checa que aún tenga pulso. Mira la cantidad de cervezas que he bebido. Podría estar en  un coma etílico y tú ahí quitándote las pestañas postizas y las extensiones de cabello con la paciencia de un anciano esperando a que cambie el semáforo. Descubrirás que eres libre hasta que una noche, después de muchos días, tengas la sensación de que ese bulto prieto en el sillón no se ha movido desde hace tiempo. Te has de ver muy bonita cuando descubras que ya no sigo con vida. Haré trampa en el cielo, me iré el segundo después de ver tu reacción. Quizá sean las botellas vacías o la luz de tu tocador, pero algo dentro de mí me jala hacia allá. No te hagas la desatendida, la distraída. Sé muy bien que notas mi presencia. Mi enorme panza, que se asoma entre mi camisa abierta y está a centímetros de darte un beso en esa lija que tienes por cachete. Preparo uno gordo, no hay flema pero no es problema, será el gargajo más grande que hayas visto. Si no me volteas a ver después de dispararte a la cara lo que tengo en la boca, juro no volver a pisar esta casa. Me mudo. Empiezo desde cero, renuncio al camión. Chance y termino la prepa. Karla es una culera por no reconocer el esfuerzo que tuvimos que hacer Gladis y yo para que naciera sana. Dejar el Cona. Todos nuestros amigos, las pedas, el desmadre, los salones, las entradas y salidas de clase. Pinche Karla malagradecida. Ni un besito. Ahora sí, Gladis, voltéame a ver. Sí, con esos ojos cafés que apuntas hacia mí. Ver tu rostro desde este ángulo me recuerda a cuando me la mamabas y te veía sobre mi abdomen. Carajo, ahora mi verga está recordando lo mismo. No, no mires mi pene Gladis. Mírame a mí. Ya valió. Tendré que disparar al piso otra vez. Era una obra de arte. Mi propia Capilla Sixtina. Mi Gladis ve el gargajo morir en el piso y parece que eso la excita. Sus pezones están igual que yo. Se pasa una  mano por los pechos y hacen parada en su cuello. Prepara algo dentro de su boca y se escupe en la palma. Gladis, mi amor, nunca te habías visto tan hermosa como en esta noche. Gracias por voltearme a ver, gorda.

Por: Jorge Alonso Mendoza.

jueves, 2 de febrero de 2017

Lucha de clases



La playa de Acapulco, tres y media de la tarde: la camisa blanca ya se me ve negra de las mangas. Se le nota un poquito la mancha de salsa de mango que le eché al postre en la cena, ayer por la noche. La camisa se la robé a mi papá hace ya algunos años. Recuerdo que al ojete le pedí unos zapatos, andaba buscando chamba y los traía agujereados:
—Papá, no seas así, ¿cómo me van a dar chamba en estas garras?
—No mames, igual hasta te la dan por eso.
Esa vez fui a una oficina cercana al metro Balderas, aún eran tiempos de hacer la búsqueda en El Aviso Oportuno del Universal: «Apóyeme contestando teléfonos». Bueno, sé contestar teléfonos, pensé. Al llegar, de inmediato supe que era una farsa. Me dijeron que esperara sentado en unas sillas junto a unos tipos que se veían hasta más jodidos que yo. Nos pasaron a un pequeño auditorio donde un chaparro percudido de la cara, trajeado con un saco que le quedaba enorme, nos dijo que ahí íbamos a ganar lo que quisiéramos (umta madre). Dotado de un léxico digno de niños de secundaria nos explicó el modelo piramidal del negocio. Ya saben: nunca sabes qué venden, pero el caso es que tienes que conseguir más vendedores que le entren al principio con una parte, chale. Terminó la "cátedra" y después nos pasó una hoja donde venían una serie de preguntas como: ¿es usted temeroso de Dios?
Uno se queda hasta el último en esas pláticas por dos razones: la primera es que no tienes nada más que hacer; la segunda, porque en tu desesperación esperas que tenga algo de cierto. 
Al terminar la explicación nos mandaron de nuevo a la salita de espera, dijeron que en un momento nos iba a llamar el reclutador para mencionar si nos quedábamos. Había dos televisiones con MTV proyectando una serie de mujeres buenotas y musculosos en la playa que, aunque se ven de treinta, en la serie dicen tener dieciséis. 
—¡Olegario González!
—Presente, ¡voy!
—Olegario, muchas felicidades, «fuistes acectado».
Hijo de tu puta madre (pensé). Ah, este, gracias.
—¿Qué, no estás alegre por ser seleccionado? Se lo podemos dar a alguien más.
—No, sí me alegra, gracias. (Vete a la verga).
—Preséntate mañana con estos papeles. 
Pensar que encontré la pinche chamba que tengo ahora, después de haber ido a tantas «ofertas» de empleo como aquella experiencia afuera del metro Balderas. Y lo peor es que esto no fue lo mejor que encontré, fue lo único que encontré. Diez años en este mugre archivo. 
Es común que, en la oficina, esta camisa blanca la combine con una corbata amarilla. Al menos ya me puedo comprar mis zapatos. 
Me arremangué el pantalón oscuro de vestir para que no se me llenara de arena y me diera el aire en las pantorrillas, mojarme los pies como las abuelitas. 
Nos trajeron ayer por la mañana desde la San Miguel Chapultepec. La empresa decidió que era justo traer a la bola de empleados a la playa por ser fin de año. Los odio por culeros -a la empresa y a mis compañeros-, mira que darle un reconocimiento al inválido del área de nóminas, ¡nomás por ser inválido! Yo en su lugar les diría que se fueran mucho a la mierda. El inválido es de los pocos que no detesto, a media noche yacía sobre su silla con su rostro colgando, ultra pedo, vomitaba sus piernas como diciendo: “Mírenme ojetes, también estoy vivo”.
Después de dar los diplomas a los desgraciados que tenemos aquí más de cinco años, el gordo y calvo director de la empresa pronunció su eterno discurso: «Jóvenes, este año que entra nos esperan nuevos retos como empresa, todos somos un equipo, tenemos que tener unidad». Ja, el jodido pelón que ni te voltea a ver cuando te lo encuentras en el baño. Si tuviera huevos le diría a este cabrón que se metiera su empresa por el culo y me largaba, aunque la verdad, me faltaba conocer el mar. 

 Por Claudio Gordillo