jueves, 2 de febrero de 2017

Lucha de clases



La playa de Acapulco, tres y media de la tarde: la camisa blanca ya se me ve negra de las mangas. Se le nota un poquito la mancha de salsa de mango que le eché al postre en la cena, ayer por la noche. La camisa se la robé a mi papá hace ya algunos años. Recuerdo que al ojete le pedí unos zapatos, andaba buscando chamba y los traía agujereados:
—Papá, no seas así, ¿cómo me van a dar chamba en estas garras?
—No mames, igual hasta te la dan por eso.
Esa vez fui a una oficina cercana al metro Balderas, aún eran tiempos de hacer la búsqueda en El Aviso Oportuno del Universal: «Apóyeme contestando teléfonos». Bueno, sé contestar teléfonos, pensé. Al llegar, de inmediato supe que era una farsa. Me dijeron que esperara sentado en unas sillas junto a unos tipos que se veían hasta más jodidos que yo. Nos pasaron a un pequeño auditorio donde un chaparro percudido de la cara, trajeado con un saco que le quedaba enorme, nos dijo que ahí íbamos a ganar lo que quisiéramos (umta madre). Dotado de un léxico digno de niños de secundaria nos explicó el modelo piramidal del negocio. Ya saben: nunca sabes qué venden, pero el caso es que tienes que conseguir más vendedores que le entren al principio con una parte, chale. Terminó la "cátedra" y después nos pasó una hoja donde venían una serie de preguntas como: ¿es usted temeroso de Dios?
Uno se queda hasta el último en esas pláticas por dos razones: la primera es que no tienes nada más que hacer; la segunda, porque en tu desesperación esperas que tenga algo de cierto. 
Al terminar la explicación nos mandaron de nuevo a la salita de espera, dijeron que en un momento nos iba a llamar el reclutador para mencionar si nos quedábamos. Había dos televisiones con MTV proyectando una serie de mujeres buenotas y musculosos en la playa que, aunque se ven de treinta, en la serie dicen tener dieciséis. 
—¡Olegario González!
—Presente, ¡voy!
—Olegario, muchas felicidades, «fuistes acectado».
Hijo de tu puta madre (pensé). Ah, este, gracias.
—¿Qué, no estás alegre por ser seleccionado? Se lo podemos dar a alguien más.
—No, sí me alegra, gracias. (Vete a la verga).
—Preséntate mañana con estos papeles. 
Pensar que encontré la pinche chamba que tengo ahora, después de haber ido a tantas «ofertas» de empleo como aquella experiencia afuera del metro Balderas. Y lo peor es que esto no fue lo mejor que encontré, fue lo único que encontré. Diez años en este mugre archivo. 
Es común que, en la oficina, esta camisa blanca la combine con una corbata amarilla. Al menos ya me puedo comprar mis zapatos. 
Me arremangué el pantalón oscuro de vestir para que no se me llenara de arena y me diera el aire en las pantorrillas, mojarme los pies como las abuelitas. 
Nos trajeron ayer por la mañana desde la San Miguel Chapultepec. La empresa decidió que era justo traer a la bola de empleados a la playa por ser fin de año. Los odio por culeros -a la empresa y a mis compañeros-, mira que darle un reconocimiento al inválido del área de nóminas, ¡nomás por ser inválido! Yo en su lugar les diría que se fueran mucho a la mierda. El inválido es de los pocos que no detesto, a media noche yacía sobre su silla con su rostro colgando, ultra pedo, vomitaba sus piernas como diciendo: “Mírenme ojetes, también estoy vivo”.
Después de dar los diplomas a los desgraciados que tenemos aquí más de cinco años, el gordo y calvo director de la empresa pronunció su eterno discurso: «Jóvenes, este año que entra nos esperan nuevos retos como empresa, todos somos un equipo, tenemos que tener unidad». Ja, el jodido pelón que ni te voltea a ver cuando te lo encuentras en el baño. Si tuviera huevos le diría a este cabrón que se metiera su empresa por el culo y me largaba, aunque la verdad, me faltaba conocer el mar. 

 Por Claudio Gordillo 


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