domingo, 23 de octubre de 2016

Milagros


Tenía dos opciones: Hallar el modo en que Danielle volviera conmigo o matarme. Sin ella no había manera de seguir interesado en vivir. A esto me había reducido. Si lo pensaba un poco, era como el fin del mundo. Me costaba admitirlo, pero resulté ser una decepción de persona.
Busqué en internet: "Hacer que vuelva tu ex" y la pantalla me mostró una lista interminable de sitios de místicos y brujos. Borré y esta vez escribí: "Milagros". Vi una página cuyo eslogan era "Centro holístico Kajumari - Creando tus propios milagros.  Reuniones todos los miércoles". Deslicé el scroll a medida que iba leyendo la información de su sitio y anoté la dirección. Me estuve despierto por un rato más en la silla, contemplando la posibilidad de traer a mi vida a Danielle como a un pez recién picado, jalándola hacia mí poco a poco. Luego me quedé dormido mirando la oscuridad de la habitación, pensando en qué iba decir mañana en el centro ése.
Logré despertar hasta la tercera alarma. Era miércoles. Me vi al espejo: mi rostro estaba más deteriorado que ayer. Parpadear me cansaba. Salí hacia el centro, no me tomaría más de quince minutos. Gente paseaba a sus mascotas, algunos vendedores levantaban  sus puestos, madres llevaban a sus hijos de la mano. Martillazos se hacían más estridentes conforme avanzaba, como latidos. Todos parecían estar de buen humor, incluso el sol emitiendo un calor suave.
Adentro todo olía a incienso. Una mujer morena y sonriente sentada tras un escritorio me preguntó si venía a la reunión de C y E.
¡¿De qué?! le contesté.
¿Que si vienes a la sesión de Contemplación y eclosión: C y E? me insistió, a lo que no supe qué decir—. Ven, mira, anótate en esa libretita de allá y pasa, tiene poco que empezó la sesión me dijo extendiendo la mano en dirección a unas cortinas color verde oliva.
Atravesé las cortinas. Cuando mis ojos se adaptaron a la escasa luz que había adentro, alcancé a distinguir a seis personas sentadas cada una en un cojín. Estaban todas dispuestas en un círculo que abarcaba la sala entera. Con la espalda erguida y las piernas cruzadas, tenían los ojos cerrados y las manos una vertical apoyada sobre la otra horizontal mientras respiraban exagerando al inhalar y todavía más al exhalar. Me quedé parado en un rincón observando. Percibí un hedor resultante de la mezcla de todos los alientos licuados sobre el aire. Era como estar en un gimnasio, pero sin las pesas, la música y los músculos. Alguien prendió la luz.
Muy bien, clase, ahora recuéstense y visualicen sus milagros, siéntanlos.  Copulen con ellos dijo al grupo una joven, y mientras los demás hacían lo que les pidió, se me acercó—. Me llamo Edna, un gusto, soy la instructora.
Me hablaba en voz baja, sus ojos parecían no parpadear. Me preguntó sobre el milagro que quería materializar. Preferí no decírselo y ella dijo comprender, porque muchos preferían la discreción. Y en esto hizo un especial ahínco sin dejar de mirarme un solo segundo y en silencio, como esperando una respuesta. Desvié mi atención hacia las personas que empezaban a levantarse. Un hombre alzó su mano en señal de saludo como si nos conociéramos.
Edna me presentó ante el grupo que me examinaba. A cada cosa que yo decía, ellos movían la cabeza diciendo sí. Luego pidió al extraño del saludo que nos hablara de sus progresos. "En serio creo que estoy avanzando. La otra noche casi me quedo dormido", dijo, y tras esto la gente le aplaudió. "Muy bien, Enrique, bendiciones para ti". El resto de la sesión transcurrió con otros hablando sobre sus deseos y los milagros que querían. Al salir, sentí una mano apoyada en mi hombro. Era Enrique, ahora traía puesto un sombrero y una camisa blanca formal. Se notaba que hizo un esfuerzo para correr. Tomó aire y me preguntó a qué hora estaba libre. Antes de salir del centro, Edna había asignado a Enrique para que me explicara la técnica C y E. Le dije que en ese momento yo no tenía nada que hacer y él caminó conmigo hablándome de dicha técnica.
—Por cierto —pregunté—, ¿cuál es tu problema, o sea, qué quieres conseguir?
Dio un suspiro y me contó que su problema era que no podía dormir.
—¿Entonces tienes insomnio?
—¡No! —me contestó abrumado— ¡si fuera un insomnio cualquiera, ¿crees que tomaría estas medidas desesperadas?!
Le costaba respirar. Con la luz de la calle se le notaban unas ojeras como hechas con grasa para autos.  
—Bebí el café definitivo —dijo.
Cruzamos la calle por lo que tuve que volver a preguntar para confirmar lo que creí haber oído.
Sí, el café definitivo —repitió.
—¿Y qué cosa es ese café?
Se detuvo unos instantes diciendo que, hace mucho, hizo un viaje a Haití. La idea era vacacionar pero un día, llevado por la curiosidad, entró a uno de esos lugares donde te leen el café. Había una vieja que le dijo cosas acerca de su vida las cuales él consideró muy acertadas. Al final le ofreció beber el café, le prometió que era el más rico que iba a probar, pero que sería el definitivo, haciendo que nunca más pudiera volver a conciliar el sueño. Esto lo tomó en broma como parte del misticismo de la vieja y lo bebió. “Y de eso ya van cuatro años”, agregó.
Lo miré sin decirle nada, con un gesto el cual, según yo, indicaba lo poco que le estaba creyendo.
¿Y por qué te lo tomaste? le pregunté fingiendo interés.
¡Te lo acabo de decir!
Los cláxones de los autos inundaban la atmósfera, el sol ahora se sentía abrasivo. Bajo cada sombra disminuía mi paso y Enrique seguía mi ritmo.
—¿Entonces estás enfocando tu mente en dormir? —pregunté.
—Cuando uno bebe el café definitivo no se puede volver a dormir. Pero ya he estado viendo a un naturópata el cual me dio una idea. La única opción es cambiar mi tipo de sangre. Y eso es lo que estoy enfocando. Hace rato en el centro no mentí, creo que mi sangre comienza a mutar. Poco a poco paso de ser O positivo a B positivo          —sentía que hablaba con un loco—. Mira, primero debes trazar en tu mente lo que deseas, luego, con tus dedos corazón e índice, pintar un triángulo imaginario y respirar con fuerza soplando el milagro. Es muy sencillo.
Para mi sorpresa, realicé este ritual por varios meses. Cada noche ponía en mi mente la escena ideal: Danielle y yo caminando, Danielle y yo tomados de la mano, yendo al cine, besándonos en el museo, en el parque, en el metro. Respiraba con tanta fuerza que a menudo mis vías respiratorias se resecaban. En mi habitación, y cada miércoles en el centro, hacía el estúpido C y E. No ocurrió nada. Pensé en que Danielle ya estaba viéndose con otra persona y mientras tanto yo me degradaba en la creencia de poder traerla mágicamente. En el fondo sabía que era inútil. Lo siguiente era tomar valor y recurrir al suicidio. Porque, resignarse, simplemente era para eso: para resignados y conformistas.
Me acosté, planeaba acudir al día siguiente a una última sesión, como tiro de gracia y para despedirme. Sonó mi teléfono, "Número privado", decía en la pantalla. "¿Bueno?", nadie contestó. Repetí el "¿bueno?", pero nada. Oía un sonido como de ambiente pero ninguna respiración, ni una voz. A partir de esa noche las llamadas eran diarias. DANIELLE, ¡claro!, ¡sí!, ¡debe ser ella!, pensaba. Retomé las sesiones con diez veces más intensidad, era más fiel que nunca al C y E. ¡Viva el C y E!, Contemplación y eclosión. ¡Contemplación y eclosión!. Incluso mis pulmones se fortalecieron. Estaba convencido que Danielle reaparecería en mi vida en el momento menos esperado. Enfocado, vivía y dormía enfocado.
Era miércoles, Enrique y yo quedamos para tomar algo antes de ir al centro Kajumari. Lo vi desde una cuadra de distancia, estaba de pie y haciendo algo con las manos, como nervioso.
—¿Todo bien? —fue mi saludo.
—Qué bueno que llegas —dijo— ¡anoche dormí, pude quedarme inconsciente por una hora!
Le contesté que eso era muy buena noticia, sin embargo él siguió con un semblante intranquilo.
—¡No!, esto no es lo que esperaba. Se supone que todo esto es un paliativo para gente como nosotros, sin esperanzas y con el suicidio a la vuelta de la esquina. No debería ser real, ¡vamos!, no me digas que tú sí creíste todo esto del C y E.
Se rascaba el cuero cabelludo con las yemas de los dedos. Mientras su respiración se volvía más rápida.
—Pues... yo incluso he recibido señales —dije—, por eso he retomado esto con más vigor.
Sentí vibrar mi teléfono en el bolsillo. Contesté y ahí estaba el silencio otra vez.
—¿Danielle?... —me atreví a preguntar y después de unos segundos de silencio agregué:— he pensado… he pensado mucho en ti.
El mutismo seguía. Me detuve, todos los autos disminuyeron su velocidad de golpe, se movían cada vez más despacio. Vi cruzar una parvada de pericos en cámara lenta, el agua que brotaba de las fuentes y aspersores salía disparada a una velocidad cada vez menor. En el crucero una imagen holográfica gigante de La Virgen del Apocalipsis iba apareciendo gradualmente. Su figura parpadeaba como si fuera proyectada por algún aparato estroboscópico. En su cabeza, en vez de una aureola y doce estrellas, tenía un triángulo. Yo sostenía mi teléfono sin reaccionar. Todo se ralentizaba. La Virgen me miraba mientras descendía despacio. Sus ojos parecían seducir pero al mismo tiempo contemplar con inocencia. En la comisura de sus labios se dibujaba de un modo apenas perceptible lo que parecía una sonrisa. Extendió unas alas inmensas hechas de pixeles. Voltee hacia Enrique y éste yacía tirado sobre la banqueta, durmiendo como un recién nacido.

Por Alejandro Valdez


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