—Mierda,
tan sólo a dos pasos de llegar a la cama —se dijo mientras consideraba la idea
de rendirse y quedarse justo ahí. Pero no. Se arrastra, triunfa sobre la
borrachera y duerme. Sueña. Entre ronquido y ronquido llega la brisa, las olas,
los gritos y los rayos del sol en forma de nubes negras. Está en la playa de
Normandía y es un soldado de bajo rango, en el inicio el día “D”.
¿Por qué un soldado? A él no le
gusta la milicia, ni las armas y mucho menos entiende los motivos de la guerra.
¿Dar la vida por defender la Patria? ¿Por el hermano? ¿El ciudadano? Ni
siquiera siente odio por el enemigo, es más, ni siquiera tiene enemigos. Y la
vida es muy valiosa, dice. Por eso siempre ha preferido dormir, hacer nada: un
lugar oscuro, cómodo y acogedor siempre será su trinchera. Pero sabe que es un
sueño y tiene que estar a la altura, así que sin más, desciende del armatoste
flotante hacia un mundo en guerra. El fuego de las balas es múltiple y cruzado,
tanto que la arena arde como si fuese roja lava por tanta sangre derramada. Por
todos lados hay retazos de muertos, bombas sin explotar, mochilas llenas de
lonches sin comer, armas cargadas sin tirador. Pero él es un soldado que tiene
sueño y la lluvia de balas le importa poco. Encuentra un hoyo poco profundo,
entre varios cuerpos destripados, que le parece un lugar perfecto para ver el
atardecer. Se instala. Con la punta de su arma aparta vísceras, huesos y
pedazos completos de ser humano. Se recuesta sobre aquel mar de sangre y con el rostro hacia el cielo
saca un cigarrillo, lo coloca en sus labios, levanta cinco centímetros el
rostro y deja que las potentes ráfagas de fuego hagan su trabajo sobre la punta
del cigarrillo. Fuma.
Pasa el tiempo, pasan las balas, los muertos,
pasa todo, incluso pasa la noción de él mismo y el escandaloso peligro que le
rodea. No sabe qué hace ahí, está confundido, hace unas horas estaba en su casa
buscando la mejor forma de perder el tiempo, como hace algunos años, cuando
estaba buscando la mejor forma de existir. La pesadumbre lo regresa a su
estado, a su sueño rodeado de cadáveres, de peligro y de unas inmensas ganas de
orinar. Sabe que no hay salida, sabe que cualquier movimiento brusco significa
la muerte. Pero también sabe que tiene estilo y dignidad; no será un soldado
cualquiera que muera por cualquier causa. Así que decide ser el soldado anónimo
que murió por orinar. Con mucho cuidado, baja el cierre de su pijama verde
militar, saca el miembro, piensa en enfermeras bélicas cubiertas con uniformes
cortos, blancos y manchados de sangre, todo con el fin de lograr una erección,
y orina. Parece una hermosa fuente de jardín en medio de aquel caos. ¡Es
hermoso!, antes de terminar con la meada, levanta un poco más las caderas para
exponer al miembro orinante a la
ráfaga de fuego, y ser herido de muerte justo en la cabeza. Los colores, los
ruidos, el dolor de la herida y el placer de la meada se entremezclan y sabe
que es el final. Está seguro de que le harán un monumento, de que por él izarán
la bandera a media asta, de que a su la familia le entregarán su medalla de
honor, pero sobre todo, está seguro de que cuando bebe de más, tiene que orinar
antes de ir a dormir.
Por Victor Hugo G.
Por Victor Hugo G.
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