jueves, 14 de marzo de 2013

La excepción




Era una noche lluviosa, la venía siguiendo hace rato, unas dos o tres cuadras. Me había encontrado con diversos obstáculos pero los había salteado sin problemas gracias a mi innato don natural.
Bajé mi cabeza hasta casi tocar el suelo con la nariz y comencé a olfatear, a veces no queda más que olfatear los rastros. Puedo ver en la oscuridad, pero en la niebla no. Era el típico edificio abandonado donde entre los huecos de los ladrillos habitan los gorriones y abajo algunos humanos. Olía a rayos, eso puedo asegurarlo. Ese polvo asqueroso que me hace estornudar como el repiqueteó de las patas de un caballo en una calle de adoquines.
Proseguí mi labor. Seguí su rastro piso tras piso. Oh perdonen, me olvidé de contarles como era, si no no entenderán el motivo de la persecución.
Su pelo negro como la noche sin luna y brillante como el vidrio tras la lluvia, ojos verde claro, gélidos; uñas largas y un poco curvadas; extremidades flacas, cola larga y rellena. Toda una siamesa purasangre. No hacía nada si no le interesaba, parecía distante, nunca se acercaba a ningún cohabitante, todos se acercaban a ella y ella con una simpleza terminaba el asunto. Tenía todo un séquito de seguidores, como esos raros que entran a la iglesia a los lunes pensando que van a mejorar por algo exterior y no por ellos mismos.
Volviendo a lo que contaba, ya había subido tres pisos (había entrado por el segundo), quedaban solamente dos más. En un nivel había encontrado una pareja de ratas, pero no me iba a entretener con asuntos tan banales, así que les perdoné la vida. El rastro seguía hasta el sexto. No era algo muy común que una felina como ella viviera allí, tan distanciada. Me pregunté por qué.
Tras aventurarme al sexto, escuché algunos maullidos. Eso me desconcertó. Estaba resuelto a subir hasta allí nomás. Ella no valía tanto la pena como para subir al séptimo. También si subía uno más, llegaría tarde a la comida del restaurant y otro podría ocupar mi lugar.
En una habitación, en una esquina había un hueco. A través de esa rendija, escapaba la luz. De repente, me entró el instinto y me fui rápidamente escaleras abajo. No entendía por qué, pero decidí seguirlo. Nuevamente quinto piso, cuarto, tercero, segundo, ventana del segundo pasillo a la izquierda, salto, me agarro del tanque de agua, subo, salto al otro techo, bajo y corro derecho hacia el restaurant, unas cuantas decenas de metros más abajo.
Llego al restaurant y como el pescado que sobró. Ese hombre es realmente muy amable, le acaricio un poco y me voy a dormir a mi casa, es un hueco en una ventilación al costado de una chimenea. Duermo.


Pasan días y decido ir a ver al edificio donde andaba investigando a mi enemiga. Encontré su cadáver y el de otros cuantos gatos más en círculo alrededor de un extraño garabato en el suelo, hecho con sangre, según parecía. Debo ser el primer gato al cual la curiosidad no ha matado.


Por Bautista S, 

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