Era una noche lluviosa, la venía
siguiendo hace rato, unas dos o tres cuadras. Me había encontrado con diversos
obstáculos pero los había salteado sin problemas gracias a mi innato don
natural.
Bajé mi cabeza
hasta casi tocar el suelo con la nariz y comencé a olfatear, a veces no queda
más que olfatear los rastros. Puedo ver en la oscuridad, pero en la niebla no.
Era el típico edificio abandonado donde entre los huecos de los ladrillos
habitan los gorriones y abajo algunos humanos. Olía a rayos, eso puedo
asegurarlo. Ese polvo asqueroso que me hace estornudar como el repiqueteó de
las patas de un caballo en una calle de adoquines.
Proseguí mi
labor. Seguí su rastro piso tras piso. Oh perdonen, me olvidé de contarles como
era, si no no entenderán el motivo de la persecución.
Su pelo negro
como la noche sin luna y brillante como el vidrio tras la lluvia, ojos verde
claro, gélidos; uñas largas y un poco curvadas; extremidades flacas, cola larga
y rellena. Toda una siamesa purasangre. No hacía nada si no le interesaba, parecía
distante, nunca se acercaba a ningún cohabitante, todos se acercaban a ella y
ella con una simpleza terminaba el asunto. Tenía todo un séquito de seguidores,
como esos raros que entran a la iglesia a los lunes pensando que van a mejorar
por algo exterior y no por ellos mismos.
Volviendo a lo
que contaba, ya había subido tres pisos (había entrado por el segundo),
quedaban solamente dos más. En un nivel había encontrado una pareja de ratas,
pero no me iba a entretener con asuntos tan banales, así que les perdoné la
vida. El rastro seguía hasta el sexto. No era algo muy común que una felina
como ella viviera allí, tan distanciada. Me pregunté por qué.
Tras
aventurarme al sexto, escuché algunos maullidos. Eso me desconcertó. Estaba
resuelto a subir hasta allí nomás. Ella no valía tanto la pena como para subir
al séptimo. También si subía uno más, llegaría tarde a la comida del restaurant
y otro podría ocupar mi lugar.
En una habitación,
en una esquina había un hueco. A través de esa rendija, escapaba la luz. De
repente, me entró el instinto y me fui rápidamente escaleras abajo. No entendía
por qué, pero decidí seguirlo. Nuevamente quinto piso, cuarto, tercero,
segundo, ventana del segundo pasillo a la izquierda, salto, me agarro del
tanque de agua, subo, salto al otro techo, bajo y corro derecho hacia el
restaurant, unas cuantas decenas de metros más abajo.
Llego al restaurant
y como el pescado que sobró. Ese hombre es realmente muy amable, le acaricio un
poco y me voy a dormir a mi casa, es un hueco en una ventilación al costado de
una chimenea. Duermo.
Pasan días y decido ir a ver al edificio
donde andaba investigando a mi enemiga. Encontré su cadáver y el de otros
cuantos gatos más en círculo alrededor de un extraño garabato en el suelo,
hecho con sangre, según parecía. Debo ser el primer gato al cual la curiosidad
no ha matado.
Por Bautista S,
Por Bautista S,
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