Cuando ella entró al edificio, el portero la
saludo sin extrañarse por la máscara veneciana que traía puesta. Era común que
cada noche aquella mujer llegase a las tres de la mañana a su departamento.
Yo la vi desde el otro extremo del salón. Entre todas esas
máscaras, ninguna otra resaltó más que aquella lujosa veneciana. Ésta le cubría
toda la cara, tenía plumas a los extremos, simulaba un antifaz decorado de
dorado y morado, y el resto era blanco, excepto por los labios que contrastaban
con su color rojo. También llevaba puesto un corset negro, una larga falda del mismo color y unos tacones.
Detrás de esa máscara se asomaban unos ojos
morados, cuyo color original nunca conoceré. Me miró intensamente y pestañeó de
forma lenta, invitando a mi cuerpo a acercarse, pero cuando di el primer paso
para caminar hacia ella, el salón se comenzó a llenar y la perdí de vista.
Estuve horas buscándola en cada esquina. Giré y
giré con la música en brazos de extrañas -y extraños-, que me jalaban hacía sus
cuerpos. Apretaban sus senos y sus ingles contra mí, pero mis ojos no dejaban
de buscarla. Movía la cabeza de un lado a otro. Sólo podía pensar en ella. Me
sentía embriagado aunque no había tomado nada, una fuerza extraña sofocaba mi
pecho y comenzaba a ver únicamente caras monstruosas en aquella mascarada.
Fue entonces cuando la vi salir por la puerta
principal y yo me hice paso entre la gente. El taxi en el que se fue arrancó justo
cuando yo logré salir. Corrí al vehículo más próximo y le exigí al conductor
seguirla. Él solamente se rió y me dijo «Tranquilo, hay tiempo» y no encendió
el vehículo hasta que el taxi en el que ella iba desapareció en la esquina. Mi
cuerpo se tensó y estuve a punto de golpear al conductor para después correr a
perseguirla, pero en ese momento él encendió el vehículo y la fuerza del
movimiento me impulsó al asiento.
Extrañamente el conductor me había traído ahí,
ante su edificio. Vi, a través de la puerta de cristal, que oprimía el piso
seis en el elevador y desaparecía. Entré acelerado al edificio, para hacer
bajar aquel elevador lo más pronto posible y, mientras esperaba, sentí la
mirada del portero. Lo volteé a ver y él me sonrió. No me preguntó quién era o
qué hacía en ese lugar. Me consoló la idea de que yo llevara un antifaz ante
aquella situación. Tanto la actitud del conductor como del portero, me hicieron
desconfiar, sin embargo eso no me importó. Sentía que ella me estaba llamando,
que me esperaba, sólo a mí, que sabía mi nombre y que me amaba. Porque tenía
que amarme.
Hubo un breve sonido y el elevador se abrió.
Oprimí el número seis y el portero desapareció de mi vista. Conforme el
elevador se movía su fluorescente iluminación parpadeaba y mi impaciencia
crecía.
Pronto llegué al piso indicado y ante mí
apareció un largo pasillo con al menos doce puertas. Por un momento, me
desesperó la idea de tener que quedarme ahí a esperar que ella saliera o de
tener que ir tocando cada puerta hasta encontrarla. Sin embargo, escuché el
golpe de unos tacones contra el suelo, me acerqué y descubrí que la puerta con
el número once estaba abierta. Ella la había dejado así, pensé, y seguramente
me estaba esperando.
Entré al departamento silenciosamente, cerré la
puerta e inspeccioné el lugar. Unos focos iluminaban discretamente el pasillo
que guiaban a una habitación. Ahí, al fondo vi su silueta moviéndose y luego
desapareció de mi campo de visión.
Me dirigí a su recamara y al entrar el olor de
su perfume me golpeó. Escuché unos sonidos provenientes de lo que parecía ser
el baño. Toqué el suave cobertor de su cama y sentí el impulso de dejarme caer
sobre ella. Sin temor a que me descubriera, me acosté y desde ahí pude verla
perfectamente. Todavía tenía el corset y
la máscara puesta, pero había dejado al descubierto sus piernas. Me pareció
tanto extraño como excitante el hecho de que debajo de la falda tuviese unas
medias puestas, de ésas que no son completas. Llevaba puesta también una tanga
negra con encaje y un pequeño moño color lila.
Me hipnotizó la manera en que no atendía mi
presencia, posiblemente la ignoraba. Yo simplemente me quede contemplando cómo
se veía en el espejo y con sus manos inspeccionaba su cuerpo. Le llamé Ofelia
en mi mente.
No me di cuenta del momento en que me quedé dormido, sentí
un objeto frió rozar mis labios y yo los presioné para continuar el beso. Al
abrir los ojos, la encontré sentada sobre mi pantalón, todavía con la máscara
puesta. Yo me quedé entonces boquiabierto sin saber cómo reaccionar. Ofelia
empezó a frotar su pubis contra la mía, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y
sentí mi miembro crecer. Entonces levanté mi torso, apreté su pecho contra el
mío y comencé a besarle el cuello. Sentí su pecho elevarse y descender por la
velocidad de su respiración que aumentaba pero en ningún momento gimió o dijo
algo. Alcé mi cabeza y busqué sus ojos. Éstos me miraron inexpresivos.
Continué besándole el cuello y poco a poco bajé
hasta sus senos aún cubiertos por el corset.
Cuando comencé a quitárselo ella me empujó contra la cama y de un jalón rompió
los botones de la camisa que llevaba puesta. Me quite los restos y continué
deshaciendo el lazo que mantenía sujeto el corset,
hasta que finalmente descubrí sus senos. Los besé, los mordí y los succioné
cual jugoso fruto. Ella se levantó y bailó un poco para mí moviendo suavemente
las caderas mientras se quitaba la tanga. Yo me arrodillé ante ella y puse mis
labios contra su clítoris. Ella pasó sus dedos por mi cabello y finalmente la
escuché emitir un sonido de placer. Comencé a desabrocharme el pantalón, mis
manos me temblaban y mi corazón latía tanto que sentía su fuerza en mi pecho.
Me levanté, la volteé y la incliné sobre la cama. Le besé la nuca y fui
recorriendo con mi lengua su columna hasta llegar a su espalda baja. Me
reencontré con su vagina y me auxilié con mis dedos para darle placer. Dejé
caer mi pantalón y mi miembro quedó expuesto. Finalmente, antes de que se diera
cuenta de este hecho, la penetré suavemente, cosa que hizo que ella gimiera.
Me encantaba escucharla gemir y respirar con
mayor excitación, aunque al tratar de verle la cara ésta se mantuviera
inexpresiva. Pero eso me permitía imaginarme la cara de mi Ofelia en pleno
éxtasis. Le continué besando el cuello y la espalda. Ella con una mano guiaba
las mías hasta sus pechos y con la otra acariciaba mi nuca.
Su cuerpo se comenzó a tensar y yo empecé a
arremeter contra éste con mayor fuerza. Nuestra respiración aumentó y pronto
formamos una armonía de gemidos. La apreté contra mí, pude ver las venas en mis
brazos causadas por la fuerza que comenzaba a acumularse.
«¡Ofelia! ¡Mi Ofelia!» Grité al cerrar los ojos
y descargarme entero en ella. Ofelia lanzó un último alarido y nos quedamos
petrificados sobre la cama. Temblábamos los dos e intentábamos recuperar el
aire.
Finalmente, nos dejamos caer sobre las sábanas y
yo recosté mi cabeza sobre la almohada, mientras que ella lo hacía en mi pecho.
Pasamos unos minutos en silencio, hasta que nuestros cuerpos se relajaron
completamente. Yo la abracé y comencé a pasar las yemas de mis dedos por su
piel. Ella alzó su cabeza y nuestros ojos se volvieron a encontrar como lo
habían hecho en la mascarada. Contemplé la máscara veneciana una vez más y me
desesperó desconocer la verdadera cara de mi amada. Quise besar sus verdaderos
labios, me los imaginaba suaves y carnosos. Entonces, aun viendo sus ojos, puse
mi mano en la comisura de la máscara y de un jalón se la arrebaté.
Justo antes de poder ver su cara, Ofelia
desapareció.
T.C. Durán
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