jueves, 4 de abril de 2013

Dibújame



Dibújame


Hola. Sé que esto es extraño y que soy un completo desconocido. Mi nombre es Mauricio, y ¿podrías dibujarme?
»No se cuántas veces te he visto sentada en esta banca, frente a la fuente, dibujando cualquier cosa a tu alrededor. El agua caer, las aves, las señoras con sus hijos y a los enamorados. Tu lápiz se mueve a mayor velocidad cada día.
»Nunca te diste cuenta de las miles de veces que me he recargado en ese árbol detrás sólo para ver lo que dibujabas. El primer dibujo que vi fue uno con una ardilla robándole a un perro su comida. Sí, estaba muy gracioso.
»Tienes una bonita sonrisa, por cierto. No recuerdo bien cuándo fue la primera vez que te vi dibujar. Comencé a dar esos paseos por el parque para evitar perderme en mis pensamientos, huir de la soledad y la angustia. Al principio no me funcionaba tanto, pero con el tiempo comencé a fijarme en las cosas que me rodeaban. Poco a poco fui formando un cuadro cotidiano. Por ejemplo, supe que aquel policía se llama Francisco y que le gusta mucho una señora que siempre sale a pasear a las doce con su schnauzer. Estoy seguro que la ubicas bien, una vez la dibujaste mientras comía un helado.
»En fin, de repente tu presencia formaba parte del cuadro. Como si siempre hubieras estado ahí. En cada paseo que tomaba, te encontraba sentada, dibujando. Al principio no tomé relevancia de tu presencia. Sin embargo, cuando el cuadro estaba completo, no pude dejar de notarte. Luego, te fuiste apoderando de toda la pintura y me encantó. Empecé a amar tu cabello suelto, tus vestidos de diferentes colores, los moños o gorros que combinabas con tu vestido y aquel lápiz que si no lo tienes en la mano lo guardas entre tu oreja y tu cabello.
»Comencé a venir con mayor regularidad y mis estadías se alargaron...
»Oh, perdón. Son los nervios. No puedo dejar de temblar y tú has de creer que estoy loco.
»Este... Mira, intenté hacer unos dibujos de ti. Ni se acercan a los tuyos y debo confesar que soy malo para dibujar narices...y manos...y caras.
»Mi doctor quería que le enseñara una foto tuya. Me dijo “¿Pues cómo es esta chica que hasta te cambia la cara?”. Pero nunca me han gustado las fotos. Llámame supersticioso, pero siento que esas cosas te roban el alma.
»Oh, ¿te ríes de mí? ¿Sabes que me rompes el corazón? Oh, no.  No me tomes enserio... Sonríe. Vuelve a sonreír.
»En fin, apenas hoy tuve el coraje de acercarme. Puede ser un poco tarde pero más vale tarde que nunca. Yo, solamente, quiero un dibujo tuyo. Quiero ver cómo me ves. Tú ves las cosas de diferente manera, las ves como realmente son. ¡Por Dios! Cuando dibujaste a esos dos chicos besándose casi me rompo a llorar. Retrataste aquel instante y su vida, tal y como ellos nunca podrán imaginarse.
»Yo sé que no soy guapo, que estoy pálido y tengo apariencia enfermiza. De hecho, es más que la apariencia. Pero pronto no podré volver a verte y quiero de alguna manera sentirte cerca. Quiero que me veas.
»Dibújame.
La chica se quedó callada por un minuto. Mauricio estuvo a punto de irse cuando ella puso su mano sobre la suya diciéndole «Quédate.» Luego, ella le cerró los ojos. Él pensó que así era como ella lo quería dibujar entonces se dejó manipular. Después ya no sintió su mano en la suya y la encontró en su mejilla. No quiso volver a abrir los ojos por temor a que el sueño se acabara. Sus labios sabían a pastel de limón.
Cuando abrió los ojos vio su vestido rojo atravesando la avenida y perdiéndose entre la gente. No sabía cómo sentirse: si feliz por el beso o triste porque ella se había ido, sin dejarle el dibujo que tanto le pidió.
Se apoyó en la banca y sintió que algo se le clavaba. Era el metal del encuadernado. Entonces lo hojeó y se encontró retratado tantas veces que él se sorprendió de no haberla visto viéndolo. Él paseándose, él comiendo, él dibujándola y, finalmente, un dibujo de ellos dos besándose.
“Nos volveremos a encontrar, quizá en otra vida”. Leyó debajo del dibujo.

Por: T.C. Durán




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