martes, 11 de junio de 2013

El trapecista


Un hombre se haya recostado boca arriba en la cama más alta de una litera, casi pegada al bajo techo; sus pupilas no sostienen ningún punto en el espacio, sus pensamientos se decantan en el olor a musgo, lodo y niebla, el zumbar de los mosquitos y, más frecuentemente, el zumbar de las balas cortando el aire y los cuerpos de pie, a gatas o desplomados.
¿Cuál sería la suma del tiempo que hemos pasado los humanos mirando el techo que nos cubre?, se pregunta. A veces en la sombra que da la copa de un árbol, otras, el fondo de una caverna salpicado de la luz de una fogata. La superficie de la manta nocturna, o en mi caso, este rectángulo de concreto. Trato de recordar cuál fue el motivo por el cual decidí regresar a Europa, habiendo obtenido la paz y el conocimiento en otros lugares, lejos de aquí. El frío no permite que mis huesos reaccionen, hoy tampoco habrá comida, el sueño es mi mejor amigo en estos momentos. Cargar un rifle al arrastrarse por la ciénaga, resulta ser un ejercicio completo, especialmente para el abdomen y la espalda, pero un acróbata no es alguien concebido para la violencia. Para el público, es algo admirable flotar sobre un vació de treinta metros y depender sólo de tus muñecas y del agarre de tus huellas dactilares. Se asombran y divierten al ver tu vida colgar de un hilo. Aquí nadie se sorprende ni se divierte, y el público se compone de muerte y mosquitos. Él se detiene, sus sentidos se agudizan, apoya una rodilla en el fango y levanta la mirada. La pólvora reacciona y una fracción de segundo después, un joven alemán a varios metros siente con el golpe seco del plomo candente y anónimo cómo su oreja se desprende de la cabeza, mientras cae al suelo. El tirador se encuentra a poca distancia, deslizándose entre los juncos. La mente del joven está paralizada y aún así enumera las circunstancias que lo llevaron hasta ese punto. Antes de que logre recordar su adolescencia o a la última novia, el acróbata desliza una daga por su cuello.
Despierta, no está agitado, en cambio se encuentra hambriento y apenas si abre los ojos, descubre en las grietas y manchas de humedad del techo la forma de un inmenso mapa, similar a un terreno montañoso, atravesado por delgados ríos y oscuros lagos. Un paisaje como el que recorrí con el circo y luego con la guerra, dice en voz muy baja o tal vez sólo lo piensa. El ardor fluye por su espina dorsal, el mal olor de la herida sin atención médica en la espalda y de los fluidos secos que ensucian la cama, llega hasta su nariz. Cautivo en este desván del campo número veintitrés en la isla de Man, le extirparon un fragmento de granada y lo envolvieron con vendas recicladas de otros prisioneros.
Ante la protesta del acróbata por la importancia del cuerpo en su profesión, le asignaron una litera como muestra de humanidad, aislada, para evitar que lo molestara el ruido, la luz del sol o la insistente necesidad de comer, según las palabras del general Heiner.


En la india hay gente que creé que nos podemos alimentar de la luz del sol, tal vez ese Heiner también lo sabía y es por eso que me ha puesto aquí. Rechinaba un pañuelo negro en sus gafas cuando me “entrevistó”, un hombre tan pulcro como distante, cuya expresión era la misma si comía un trozo de pastel o bajaba la palanca de la cámara de gas, dispositivo que yo hubiese preferido, antes que morir aquí tan despacio como este noble animal, llamado cuerpo, lo soporte.
━Así que un artista circense ━dijo el adusto general mientras miraba por la ventana de su despacho ubicado en la cima de un pequeño cerro, desde donde predecía y ejecutaba el destino de cientos de vidas.
━Un trapecista, señor ━repliqué con los brazos pegados al cuerpo y mirando al frente como me habían indicado.
━¿Qué animales utilizaban en su circo? ━preguntó el general. La pregunta no era inusual en los niños, pero viniendo de Heiner me perturbó un poco.
━Un elefante, dos leonas, un caballo y un perro nos acompañaban, señor.
━Querrás decir que les servían, ¿acompañar o servir?, ¿comprendes? ¿Cuál de las dos crees que haces aquí?
━Temo que ninguna, señor.
━Así es, para mí no eres un artista, lo cual, además, no es difícil de creer al contar el número de bajas que nos causaste.
━Puedo mostrarle mis habilidades, si me curan y me permiten sanar, señor; puedo entretener a sus soldados ━le dije, a menudo las tropas necesitan un espacio para escapar de la realidad, ¿por qué no el circo?
━ ¿También haces de puta? ━respondió el general y soltó una carcajada recostándose en su silla.
No dije nada.
━Tu situación ahora es más cercana a la del perro de tu circo y con esa consideración te trataré. No morirás en la cámara, tu camerino será ese acogedor cubo de concreto. Ahí podrás entretener a mis soldados. ¿Lo alcanzas a ver?


Rememoro la entrevista con Heiner, acostado, celoso de cómo estas partículas de polvo giran y flotan en el rayo de luz que dispara una pequeña grieta en el techo, como si tuvieran su propio escenario iluminado en el vacío. Repaso todos los errores comunicativos que cometí, todos los muertos que inauguré en el campo y el descuido que me situó en la onda expansiva de aquella granada. Miro al polvo acróbata y envidio su luz, duermo.
La luz solar es absoluta en esta tarde sin nubes, su calor penetra mi piel, sangre y huesos, me hace sentir el sabor de mi esqueleto por la mañana, cuando mi tienda triangular me escupe fuera de sí y el azul reemplaza la oscuridad y las estrellas. Emprendemos un nuevo día de violencia.


Para mis compañeros, las anécdotas sobre cuántos giros era capaz de dar en el trapecio a altas velocidades y alturas, son tan aburridas como para mí sus relatos sobre extremidades amputadas de un solo tiro o mujeres que los esperan en algún lejano pueblo; donde también les aguarda un destino tan monótono y trivial, que me hace comprender por qué muchos se enlistaron voluntariamente, cuando a mí me obligaron.
Busco de nuevo en el fondo de mi bolsillo, seguía sin estar ahí. Tal vez era la última dosis, pienso y alejo esa idea con un escalofrío. Soportar estos días sin algo que alivie mi mente es peligroso. Hurgaba entre los pliegues de cada hoja de papel retorcida que encontraba en mi equipo, cuando, desde el sur, llegó un ligero tentáculo de aire que rozó mi nariz con la conocida esencia de la pólvora. Miro al cielo y por un momento, aunque no deba, al sol, y me parece imposible que sea esto lo que existe bajo la inmensidad y el calor de nuestra estrella. ¿Cuál es la probabilidad de que exista una carpa de circo en medio de este campo de batalla? Corro adelantándome a las órdenes de mi oficial y a la cautela de mis compañeros, la carpa tiene llamas en la base. ¡Es real!, gritó, mientras desciendo entre los árboles hacia el claro donde la carpa arde. Conforme me aproximo, llegan a mis oídos notas conocidas de La gazza ladra de Rossini, el crescendo se acerca. ¡Deben estar en el acto final, me necesitan!, grita mi mente cuando saltó sobre las llamas que rodean la carpa. Aterrizó y ahora soy una de las leonas de nuestro acto, los payasos me atacan con pistolas de agua, yo logro esquivar todos los disparos mientras avanzo dejando sus cadáveres riendo en el césped.¿Cesped?, me pregunto. Un trozo de metal incrustado entre las vértebras invade mi espíritu además de mi cuerpo, esfumando la visión de la enorme carpa roja. Todos los sonidos se escuchan como si se encontraran debajo del agua y apenas comprendo que una explosión me lanzo a esta zanja. De nada sirve recordar el amor de mi madre para aliviar el dolor. Delaté la posición de nuestro batallón y sobre mi cabeza vuelan rocas, balas y sangre.


━¡Artista! ━grita alguien en la puerta; es de noche. Prefiero volver a dormir pero el frío no cede a la orden de morfeo. Empujan la puerta y entran dos soldados.
━Te construimos un trapecio en el árbol más alto. No pongas esa cara. Sabemos cuán ansioso estás de mostrarnos tus habilidades.
Me llevan afuera y me muestran el “trapecio”, compuesto de un columpio con cuerdas largas que cuelgan de la rama del árbol más viejo y sólido. Acepto subir y de cualquier modo los músculos de mi espalda protestan, pero mi objetivo es claro: solo una actuación más. Tomo fuerza para trepar más allá de la pequeña tabla, abajo los soldados chiflan y ríen, se detienen cuando observan cómo el columpio sube tambaleante al jalarlo con un brazo, mientras me sujeto con el otro. Uno ambas cuerdas en una sola y me las coloco como un grueso collar. Me suelto. La función puede continuar en otro escenario.


Por Helios Nek

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