El Doctor Gutiérrez
llegó, como de costumbre, al hospital psiquiátrico con la puntualidad de
costumbre. Cuando termina su turno, a veces a la una de la mañana, otras veces
a las dos, se va a su departamento para darse un baño y a las cinco está de
regreso, tocando el timbre del hospital para empezar la nueva jornada de
trabajo. El primer saludo del día es siempre para el joven de seguridad; su
mano aún tiembla por el frío.
Esta
mañana el Doc –como lo conocen todos
en su unidad habitacional— recorre los pasillos del hospital con una extrañeza
poco habitual. Observa las desgastadas paredes, que hace mucho tiempo fueron verdes y
ahora parecen haber sido embestidas por la hepatitis. Algo llama su atención. Se escucha
abrir una puerta. Un hombre con camisa holgada, calvicie abundante y un diente
de oro, deja a la vista del Doctor Gutiérrez su casi metro con ochenta de
estatura.
—¡Carajo!
¡¿Quién es usted?! ¡Me metió un buen susto! —exclama el Doctor Gutiérrez
agitado y llevándose las manos al pecho.
Desde niño padece de asma.
—Tranquilízate
hombre. Me llamo Neal ¿Tú eres el doctor Ernesto Gutiérrez?
—Efectivamente,
soy yo, ¿quién lo dejó entrar?
—El
guardia me dejó pasar.
—Lo
acabo de ver y no me dijo nada.
—Seguro
se le pasó.
—Bueno,
¿para qué quería verme? —dice el Doctor Gutiérrez llevándose con discreción las
manos a la bolsa en busca de algún artefacto que pudiera servirle para
defenderse.
—Verás,
me dijeron que tú podrías callar las voces que me piden que mate. Mátalos a todos, no dejes a uno solo, porque
los humanos son como una maldita plaga,
me dicen, una y otra vez… Por favor ayúdame.
El
Doctor Gutiérrez traga saliva de golpe. Es como si un meteorito callera en su
estómago.
—¿Usted
me está tomando el pelo?
—Le
aseguro que no, doctor.
—Y…
¿alguna vez ha obedecido a esas voces? —pregunta el doctor, tratando de ocultar
su nerviosismo.
—Hasta
ahora no. Pero vamos, ¿nunca has sentido deseos de matar a alguien? Es más… ¿nunca
has matado a alguien?
—Yo…
no…
Neal
suelta una carcajada y dice:
—Sabes
que sí, a mi no me puedes engañar.
—No…
No sé de qué me está hablando.
—¿No?
¿Y a todos los pacientes que has matado con tus tratamientos, doc?
—Señor,
le repito que no se a que se refiere —al Doctor le empieza a faltar el aire—, si
no se retira en este momento llamaré a seguridad.
—Haz
lo que tengas que hacer, asesino.
—¡Seguridad!
¡Seguridad!
—¡Asesino,
el Doctor Gutiérrez es un asesino! —exclama Neal entre sonrisas.
—¡Seguridaaaaaaaaaaaad!
El
joven de seguridad llega rápidamente y pregunta qué pasa.
—¡Saque
a este loco! ¡Ahorita mismo!
—¿Qué?—el
guardia mira con extrañeza al Doctor
—¡Saque
a este maniático de aquí! —el Doctor únicamente escucha las carcajadas de Neal.
—Doc,
¿se siente bien? Aquí no hay nadie más que usted y yo.
Gutiérrez
siente cómo el cuerpo se le paraliza, una sonrisa de cuando ya no queda más que
hacer se le escapa al instante. Es devorado en silencio. Apenas puede voltear a
ver a Neal, y como si le hubieran puesto telescopios en los ojos, ve su pálido
rostro tatuado sobre el diente de oro.
Por Alan Odraude
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