miércoles, 5 de junio de 2013

Diente de oro



El Doctor Gutiérrez llegó, como de costumbre, al hospital psiquiátrico con la puntualidad de costumbre. Cuando termina su turno, a veces a la una de la mañana, otras veces a las dos, se va a su departamento para darse un baño y a las cinco está de regreso, tocando el timbre del hospital para empezar la nueva jornada de trabajo. El primer saludo del día es siempre para el joven de seguridad; su mano aún tiembla por el frío.
Esta mañana el Doc –como lo conocen todos en su unidad habitacional— recorre los pasillos del hospital con una extrañeza poco habitual. Observa las desgastadas  paredes, que hace mucho tiempo fueron verdes y ahora parecen haber sido embestidas por la  hepatitis. Algo llama su atención. Se escucha abrir una puerta. Un hombre con camisa holgada, calvicie abundante y un diente de oro, deja a la vista del Doctor Gutiérrez su casi metro con ochenta de estatura.
—¡Carajo! ¡¿Quién es usted?! ¡Me metió un buen susto! —exclama el Doctor Gutiérrez agitado y  llevándose las manos al pecho. Desde niño padece de asma.
—Tranquilízate hombre. Me llamo Neal ¿Tú eres el doctor Ernesto Gutiérrez?
—Efectivamente, soy yo, ¿quién lo dejó entrar?
—El guardia me dejó pasar.
—Lo acabo de ver y no me dijo nada.
—Seguro se le pasó.
—Bueno, ¿para qué quería verme? —dice el Doctor Gutiérrez llevándose con discreción las manos a la bolsa en busca de algún artefacto que pudiera servirle para defenderse.
—Verás, me dijeron que tú podrías callar las voces que me piden que mate. Mátalos a todos, no dejes a uno solo, porque los humanos son como una maldita plaga,  me dicen, una y otra vez… Por favor ayúdame.
El Doctor Gutiérrez traga saliva de golpe. Es como si un meteorito callera en su estómago.
—¿Usted me está tomando el pelo?
—Le aseguro que no, doctor.
—Y… ¿alguna vez ha obedecido a esas voces? —pregunta el doctor, tratando de ocultar su nerviosismo.
—Hasta ahora no. Pero vamos, ¿nunca has sentido deseos de matar a alguien? Es más… ¿nunca has matado a alguien?
—Yo… no…
Neal suelta una carcajada y dice:
—Sabes que sí, a mi no me puedes engañar.
—No… No sé de qué me está hablando.
—¿No? ¿Y a todos los pacientes que has matado con tus tratamientos, doc?
—Señor, le repito que no se a que se refiere —al Doctor le empieza a faltar el aire—, si no se retira en este momento llamaré a seguridad.
—Haz lo que tengas que hacer, asesino.
—¡Seguridad! ¡Seguridad!
—¡Asesino, el Doctor Gutiérrez es un asesino! —exclama Neal entre sonrisas.
—¡Seguridaaaaaaaaaaaad!
El joven de seguridad llega rápidamente y pregunta qué pasa.
—¡Saque a este loco! ¡Ahorita mismo!
—¿Qué?—el guardia mira con extrañeza al Doctor
—¡Saque a este maniático de aquí! —el Doctor únicamente escucha las carcajadas de Neal.
—Doc, ¿se siente bien? Aquí no hay nadie más que usted y yo.

Gutiérrez siente cómo el cuerpo se le paraliza, una sonrisa de cuando ya no queda más que hacer se le escapa al instante. Es devorado en silencio. Apenas puede voltear a ver a Neal, y como si le hubieran puesto telescopios en los ojos, ve su pálido rostro tatuado sobre el diente de oro. 

Por Alan Odraude

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