miércoles, 29 de mayo de 2013

Transgresiones


—Hola, hola, ¿puede llamarme? Por favor osito, estoy sin saldo —el joven del otro lado del teléfono hablaba rápidamente, y su voz se escuchaba trémula. Casi siempre llamaba pidiendo para que  Jorge le regresara la llamada y él, lo hacía siempre que le era posible.
—¡Hola osito! Lo he llamado varias veces, pero no me responde. ¿Su celular está funcionando?
—No. Estoy en México. Por favor osito, llámeme ya. Se me está acabando el saldo. Llámeme ya por favor.
—¿Pero a dónde te llamo, mi bebé?
—Ya le mando el número por chat, ¿me va a llamar, verdad?
—Sí, apenas reciba el mensaje.
Hacía dos años que se hablaban por Facebook, se conocieron dos días antes de que Jorge cumpliera cuarenta años. Elián tenía catorce años, en ese entonces, y era insistente en sus intentos de captar la atención de Jorge. Cada vez pasaban más tiempo hablando, como no lo podían hacer con nadie más. Comenzaron a llamarse cariñosamente de «osito», uno al otro, indistintamente.
 Jorge tenía miedo de meterse en problemas legales, y constantemente se lo reiteraba.
—Osito, podría ser su papá.
—Papá no, ¡mi papito! Quiero que usted sea mi papito —le respondía  Elián con la alegría de un niño. A Jorge le gustaba este tipo de conversaciones, lo hacía sentirse especial, de alguna manera querido. 
—¿De verdad? ¿Qué le gusta de mí?
—Que es dulce, cariñoso, bonito y que sabe lo que quiere. Y yo lo quiero a usted.
—¿Cómo sabe eso, si nunca me ha visto?
—Veo sus fotos, leo lo que escribe en Facebook, y cuando me manda mensajes siempre son cariñosos. Por eso quiero que sea mi papito.
—Le quiero mucho, cuando usted tenga dieciocho años iré a visitarlo.
—Pero yo quiero que me visite ahora. Quería besarlo, dormir abrazaditos.
—¡Aquí en Boston está frio!
—Véngase a Honduras, acá lo caliento con abrazos —respondió Elián, susurrándole como si estuviera hablándole al oído.
—Así me va a convencer de que me vaya a visitarlo.
Esa noche, Jorge se entregó a sus fantasías, observando cuidadosamente las fotos de Elián. Sus favoritas eran aquéllas en que Elián estaba en ropa interior, sobre todo en las que se delineaba su robusta estructura trasera.
Cada dos días, por lo menos, se hacían llamadas telefónicas. Se dejaban mensajes varias veces al día. Internet era el universo de la relación que crearon. Jorge miraba el álbum de fotografías de Elián, una y otra vez, las fotos que mostraban al «osito» más jovencito, eran las que más lo enternecían.
—Osito, te quiero mucho.
—No me gusta que me tuteen. Yo lo trato con respeto, y cuando me tutea, ya no me gusta.
—Disculpe osito, es que no estoy acostumbrado a tratar a las personas de usted, gracias por enseñarme. 
Cada día, el deseo de  Jorge por conocer personalmente a Elián aumentaba.
A veces  Elián le hablaba de sus necesidades: la matrícula de la escuela, comprar los libros, uniforme, y otras tantas necesidades, y Jorge le mandaba dinero. Nunca pedía nada directamente. Jorge pensaba que esas cosas que todo niño debería tenerlas, así que intentaba proveerlas. A veces pensaba que en realidad estaba intentando protegerse  a sí mismo.
—¿Osito, cuántos años tiene su papá?
—35
—¿Vives con él?
—No, se fue a Estados Unidos cuando yo tenía cinco años. Ya ni me acuerdo bien de él, hablamos a veces por teléfono. Quiere llevarme para Estados Unidos, dice que está esperando a que yo cumpla dieciocho para mandarme a buscar con un coyote conocido de él. Mi hermano ya vive allá, se fue hace dos años.
—No sabía que tenía hermanos. ¿Cuántos hermanos tiene, osito?
—Tengo cuatro hermanos, una es mujer y es mi gemela. Pero no me llevo bien con ella ni con mi hermano menor. Me roban el dinero, y venden mis cosas.
—¿Y su mamá no dice nada?
—Ella sólo se entera de lo que ellos le dicen, y me regaña es a mí. ¿Sabe? Quiero crecer para no depender de nadie, mi mamá se fue hace cuatro años para los Estados Unidos, y desde entonces sólo le manda dinero a mis hermanos. Yo vivo de lo que papá me manda, pero hace meses que está desempleado, y se pone bravo cuando lo llamo para pedirle dinero.  
—Lo siento mucho, osito… ¿Y cómo hace para comer?
—Voy a la casa de mi abuela, mis hermanos viven con ella, y mi mamá me dijo que puedo ir a comer allá, porque ella les manda dinero. Pero mis hermanos me pelean la comida. Me dicen que soy un muerto de hambre y me echan de la casa.
Jorge no durmió esa noche y se prometió que siempre cuidaría de Elián.
En dos o tres ocasiones, Jorge sintió celos, y en esos lapsos de tiempo no se comunicó con Elián. Prefería mantenerse distante de los conflictos amorosos del osito.  Elián tenía un perfil falso en Facebook, en ese perfil se describía con 18 años, usaba un nombre falso y una foto de otra persona. Al poco tiempo, Elián fue perdiendo el miedo de exponerse y comenzó a subir sus propias fotos. El año pasado, en tres ocasiones, tres o cuatro jóvenes se peleaban públicamente por Elián.  En las publicaciones todos decían que eran el novio de Elián, y pedían de forma agresiva que los otros se alejaran de él. Jorge permanecía en silencio.
—Osito, es muy feo esas peleas por usted en Facebook.
—Ah, esos chiquillos locos, yo no sé de dónde sacaron que son mis novios.
—¿De verdad no son sus novios?
—No, para nada. Son sólo amigos.
—Y esa foto que publicaron en que usted estaba besándose con un muchacho.
—Esa foto fue sólo un beso que él me pidió, no quise que se sintiera mal, se lo di por pena, sacaron la foto y la publicaron. Pero ya lo borré. Por eso es que no me gustan chiquillos, y yo sólo lo quiero a usted.
—Osito, yo voy a estar feliz si usted está feliz.
—Gracias, y yo solo sé que seré feliz con usted.
Jorge recordó cuando fue a visitar a Elián, él no fue a buscarlo a la estación de los buses. Jorge se instaló en un hotel de Danlí, y ya estaba arrepentido de haber viajado hasta Honduras. Decidió tomar un baño y se masturbaba cuando tocaron a su puerta. No esperaba a nadie, así que no prestó atención. Algunos minutos después volvieron a tocar la puerta insistentemente. Jorge se secó con prisa e intentó esconder la erección.
—Osito abra la puerta —le susurró una voz desde afuera.
—¿Cómo supo que estaba aquí?  —preguntó en cuanto se ponía las ropas y el perfume.
—Es el hotel más cercano a la estación de buses, así que le pregunté al encargado. Y él me dejo venir hasta su cuarto.
Jorge abrió la puerta, y allí ante él estaba un joven de ojos grandes, verdosos, cabello a la moda con gel y una sonrisa tímida. No supo qué hacer, sólo se le quedó mirando.
—¿Puedo entrar? —preguntó el joven, paseando los ojos por el cuarto.
—Si claro… ¿y cómo está usted?
—Bien, sólo pensé que me recibiría con un beso o un abrazo.
—Es que me quedé sin saber qué hacer…
—Yo tampoco, ¿pero le gusto? —Elián se acercó a Jorge, lo abrazó como un niño se abraza a su padre, estuvieron así por algunos minutos.
Elián miró a  Jorge en los ojos, comenzó a besarlo delicadamente, lo empujó hasta el  baño. El joven, mostró excelencia en dar placer con sus labios y  lengua. Succionaba delicadamente  y mordisqueaba por los bordes el rígido falo, se deleitaba lentamente en el miembro de Jorge. Después lo hizo gemir de placer al llegar al ano. Jorge, por su parte, acarició y besó cada centímetro del púber cuerpo de Elián, paladeó con cariño cada uno de sus orificios y lo penetró con el cuidado que se tiene al tocar muñequitos de cristal.
Jorge devaneaba en los recuerdos cuando el teléfono sonó nuevamente, era una llamada internacional. Rápidamente respondió.
—Hola osito, si le estoy intentando llamar pero solo da ocupado.
—Osito, estoy en Poza Rica, en México con el coyote. Estamos estancados aquí y no sé qué hacer. ¡Ay Dios!, por favor ayúdeme. Ya no tengo saldo y solo tengo 70 pesos, es sólo eso lo que tengo para comer. —La llamada se cortó y Jorge sintió que el pecho se le apretaba, la voz llorosa de Elián lo había tocado profundamente.
Jorge sabía que no podía hacer mucho, recordó las historias de horror que había escuchado sobre los mojados y los coyotes, una y otra vez. El silencio se poblaba de dolor y  el sol jugó a las escondidas. Jorge llamó centenas de veces al número de teléfono del que Elián le había llamado la última vez, la respuesta era la misma: El teléfono que está llamando está desconectado o fuera del área de servicio, por favor intente llamar de nuevo más tarde, gracias. Luego se escuchaba aquel característico tono de ocupado.
Jorge sacó una carta de la gaveta llena de papeles revueltos, había pasado un mes desde la última vez que habló con Elián. La carta estaba envuelta en terciopelo rojo y amarrada con un cordón que le hacía contraste. Jorge desató con mucho cuidado el lazo que cerraba la carta, como si temiera que un movimiento en falso fuera a destruir lo que le quedaba. Dentro de ella había una foto de Elián. Leyó la dedicatoria escrita a mano: «Para que no me olvide osito, recuerde que iré a visitarlo a los Estados Unidos».
Los ojos de Jorge se humedecieron.

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