Uno entre
millones, me debería de sentir afortunado, porque eso muchos lo podrían llamar
suerte. Por ejemplo, si fuera la lotería, sería el premio gordo. Pero no, soy
el desenlace de un calentón, de una puñeta que corrió con suerte y le atinó.
Soy el resultado biológico del encuentro entre dos bestias follando en una lejana
llanura, en el asiento trasero de un auto, sobre la cama cubierta por sábanas
percudidas de cualquier hotel de paso. En la sala de la de la tía más
persignada, decorada con carpetitas bordadas y figuras de porcelana… Soy lo que,
de haber tenido conciencia y decisión, no hubiese decidido ser.
*
—¡Ay
manita, y ahora qué vas a hacer!, ¿el Vitola ya sabe? —Preguntó Rosa,
compartiendo la angustia de Carolina.
—¡No, nadie sabe! Nomás tú, Rosa. Es
más, ni siquiera sé si el chamaco es del Vitola. Porque también puede ser de
Paco.
—¡Dios bendito! ¿Segura que no te
llamas Zorraida?
—No me juzgues, manita. Dios sabe
que todo lo hice por amor.
*
¿Todo por amor? Esta gentuza debería de vivir
con la noción de que el amor no es para los pobres, ni para los mediocres, ni
para los frágiles mentales. Y, si tanto dicen creer en Dios, bien les
convendría saber que reproducirse bajo estas condiciones, es un pecado, un
insulto a la existencia. Pero claro, ustedes sigan amándose, que yo aquí espero
a que ese falso afecto algún día los mate.
*
—¡Golazo,
mi Vitola!, ¡eres un picudo! ¡Cómo te la bajaste de pechito y zaz! Esos
valedores ni se la esperaban. Y nomás por eso yo pongo las caguamas, ¿o
prefieres monear?
*
—¡Te juro por la virgencita santa
que el chamaco es tuyo, Vitola! Además, sabes que soy una mujer decente, y que
nunca me he metido con otro que no seas tú.
—¡Ya, Carolina! Al rato tengo partido y me estás ensuciando
la playera con tu moqueadera. Y si dices
que el chamaco es mío, pues ni tos, nos la rifamos. Nomás te advierto que si
sale güero o prieto como la chingada, me pierdes Carolina, me pierdes. Y ya,
lánzate por el pomo, que al ratito voy a festejar nuestro compromiso con los
muchachos.
—Sí, mi vida.
*
Bastardos. Qué otra muestra de la inexistencia
de la justicia divina, que mi presencia. Porque cada vez que escucho a mis
futuros padres, confirmo que esto se debería de nombrar crueldad, y no vida.
Vida la de los insectos y demás alimañas que tiene prohibida la necesidad de
exigir, que con sus pares de patas y cientos de ojos pueden hacer suyo el
mundo. Y no como uno, que se mantiene a la caza de migajas y desperdicios.
Luchando contra todo y en desventaja.
*
—Mamá,
me voy a casar.
—¡Ay, qué bueno, m'ija! porque ya no alcanzan los frijoles. Oye, ¿y quién es el afortunado?
—El Vitola, mamá. Y justo de eso te quería hablar:
queremos vivir aquí, contigo.
—¡¿El Vitola, el vago drogadicto de las canchas?! ¡Y aquí
conmigo! ¿De parte de quién o qué!
—Ay, mamá, y de parte de tu futuro nieto.
—¡Bendito!
*
Humillación, tragedia, oscuridad, muerte,
destrucción, violencia; probablemente, si reúno todas las palabras detestables
en este pequeño espacio y logro que forniquen entre ellas, se reproducirán como
moscas, será una poderosa plaga que se alimente de mis entrañas, pero
principalmente de mi aversión a esta vida no deseada. Sin embargo, sé muy bien,
que ellos, este líquido que me rodea, estas tripas que me decoran, este cuerpo
que se engendra dentro de otro cuerpo pútrido, y Yo, dejaremos de ser lo que
somos, para convertirnos en la pesadilla que nunca nadie soñó, ni quiso ser
soñada.
Por Victor Hugo G
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