lunes, 6 de mayo de 2013

Sueño prenatal



Uno entre millones, me debería de sentir afortunado, porque eso muchos lo podrían llamar suerte. Por ejemplo, si fuera la lotería, sería el premio gordo. Pero no, soy el desenlace de un calentón, de una puñeta que corrió con suerte y le atinó. Soy el resultado biológico del encuentro entre dos bestias follando en una lejana llanura, en el asiento trasero de un auto, sobre la cama cubierta por sábanas percudidas de cualquier hotel de paso. En la sala de la de la tía más persignada, decorada con carpetitas bordadas y figuras de porcelana… Soy lo que, de haber tenido conciencia y decisión, no hubiese decidido ser.
*
—¡Ay manita, y ahora qué vas a hacer!, ¿el Vitola ya sabe? —Preguntó Rosa, compartiendo la angustia de Carolina.
            —¡No, nadie sabe! Nomás tú, Rosa. Es más, ni siquiera sé si el chamaco es del Vitola. Porque también puede ser de Paco.
            —¡Dios bendito! ¿Segura que no te llamas Zorraida?
            —No me juzgues, manita. Dios sabe que todo lo hice por amor.
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¿Todo por amor? Esta gentuza debería de vivir con la noción de que el amor no es para los pobres, ni para los mediocres, ni para los frágiles mentales. Y, si tanto dicen creer en Dios, bien les convendría saber que reproducirse bajo estas condiciones, es un pecado, un insulto a la existencia. Pero claro, ustedes sigan amándose, que yo aquí espero a que ese falso afecto algún día los mate.
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—¡Golazo, mi Vitola!, ¡eres un picudo! ¡Cómo te la bajaste de pechito y zaz! Esos valedores ni se la esperaban. Y nomás por eso yo pongo las caguamas, ¿o prefieres monear?
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—¡Te juro por la virgencita santa que el chamaco es tuyo, Vitola! Además, sabes que soy una mujer decente, y que nunca me he metido con otro que no seas tú.
            —¡Ya, Carolina! Al rato tengo partido y me estás ensuciando la playera con tu moqueadera.  Y si dices que el chamaco es mío, pues ni tos, nos la rifamos. Nomás te advierto que si sale güero o prieto como la chingada, me pierdes Carolina, me pierdes. Y ya, lánzate por el pomo, que al ratito voy a festejar nuestro compromiso con los muchachos.
            —Sí, mi vida.
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Bastardos. Qué otra muestra de la inexistencia de la justicia divina, que mi presencia. Porque cada vez que escucho a mis futuros padres, confirmo que esto se debería de nombrar crueldad, y no vida. Vida la de los insectos y demás alimañas que tiene prohibida la necesidad de exigir, que con sus pares de patas y cientos de ojos pueden hacer suyo el mundo. Y no como uno, que se mantiene a la caza de migajas y desperdicios. Luchando contra todo y en desventaja.
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—Mamá, me voy a casar.
            —¡Ay, qué bueno, m'ija! porque ya no alcanzan los frijoles. Oye, ¿y quién es el afortunado?
            —El Vitola, mamá. Y justo de eso te quería hablar: queremos vivir aquí, contigo.
            —¡¿El Vitola, el vago drogadicto de las canchas?! ¡Y aquí conmigo! ¿De parte de quién o qué!
            —Ay, mamá, y de parte de tu futuro nieto.
            —¡Bendito!
*
Humillación, tragedia, oscuridad, muerte, destrucción, violencia; probablemente, si reúno todas las palabras detestables en este pequeño espacio y logro que forniquen entre ellas, se reproducirán como moscas, será una poderosa plaga que se alimente de mis entrañas, pero principalmente de mi aversión a esta vida no deseada. Sin embargo, sé muy bien, que ellos, este líquido que me rodea, estas tripas que me decoran, este cuerpo que se engendra dentro de otro cuerpo pútrido, y Yo, dejaremos de ser lo que somos, para convertirnos en la pesadilla que nunca nadie soñó, ni quiso ser soñada.

Por Victor Hugo G

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