sábado, 13 de octubre de 2012

Un cambio de hábitos


El golpe estremeció su cuerpo y un hilito de pipí salió de entre sus piernas. Adriana permaneció sentada con los brazos cruzados tratando de convencerse de que se trataba de un perro sin rumbo.
El chico, quizá de 20 años, reposaba sobre el concreto como si le hubiera sorprendido un ataque de sueño en la mitad de la calle.Uno de sus tenis yacía sobre la orilla de la banqueta. No había sangre. La noche susurraba silencios. Era buen momento para subirlo al auto y llevarlo al hospital. O quizá a casa.
El cuidador del edificio, tallándose los ojos, se incorporó del sillón desvencijado donde dormía. Con toda naturalidad Adriana le explicó que su amigo se había pasado de copas.
––Su amigo se ve re mal, señorita. Dele un cafecito bien cargado ––dijo el hombre amodorrado.
Pese a que los brazos de Adriana son de carnes generosas,con trabajos logró llevar a rastras al chico a su cama. Fue entonces cuando su mirada se quedó pasmada ante esos ojos aceitunados recién abiertos que observaban los cuadros de la pared melón, los peluches de su repisa, la colección de perfumes y los lápices multicolores.
––¿Te sientes bien? Antes que nada quiero pedirte una disculpa. La verdad es que no te vi. Estuve todo el día con los números y ya venía cansada. Hasta le bajé a la ventana para sentir el frío y luego le subí ala radio, a esa estación de las canciones viejitas ––dijo en una charla que parecía ser para ella misma.
El chico habló para decir su nombre: Luis. Después se dedicó a dormir. Fue cuando ella aprovechó para ponerle un trapo en la frente imitando las escenas de las películas en donde la enfermera atiende al héroe de guerra. También aprovechó para quitarse el rimel y las sombras azules que hacían juego con su suéter de cocoles.
El camisón transparente revelaba su frondosidad y al mismo tiempo su espíritu de niña con esos moños bordados que aumentaban aún más sus pechos. Pero Adriana estaba desnuda frente a Luis, o eso pensaba ella, porque la desnudez se siente de muchas formas.
Está nerviosa, hoy no dormirá sola. El noticiero de la noche se mezcla con la serenidad de Luis al respirar. Dentro de las cobijas el mundo se ha detenido. Adriana respira agitadamente, sobre todo cuando cruza su pierna encima de la de Luis, luego mueve el brazo de él hacia sus pechos.Hace círculos con sus rulos, toca sus labios con la punta de los dedos e inclina la cabeza en el hombro de Luis con la actitud de una niña de ocho años. Lo mira con la avidez de querer fotografiar indefinidamente su rostro. Un beso en la frente, otro en los pómulos, la piel de Luis es la de un chico que aún no vive las desazones de la vida. La noche también duerme. Adriana logró cerrar los ojos después de cerciorarse de que él estaba vivo.
La alarma sonó a las siete, despertó con la sensación de estar en un autobús con aire acondicionado. Luis se había ido. Lo buscó en el baño, en la estancia y en la cocina. Y fue justo allí, junto a la fruta, al medio refresco, a las papitas y a la bolsa de pan dulce donde encontró la nota con un “Gracias”.
Después de contemplar la letra descuidada de Luis durante varios minutos se metió a la regadera y talló cada uno de sus pliegues con la delicadeza que nunca habría tenido hace un día. La sonrisa se ha adueñado de su rostro. El rimel y las sombras son aplicados a detalle e incluso tarda más de la cuenta eligiendo la ropa que se va a poner hoy.
Adriana va tarareando en el auto las canciones de la estación viejita, convencida de que a veces los días de la semana tienen variaciones que hacen enchinar el cuerpo. Imagina a Luis caminando con su estilo desgarbado y su iPod. Ni siquiera la ambulancia que pasa frente a ella le haría pensar que es él quien está en la camilla de emergencias.  No hay inquietud, ni ruido en su panorama. Hoy le espera un día largo con números y gráficas infinitas, pero no le importa porque sabe que la noche es capaz de guardar secretos.


De Julieta Arévalo 






No hay comentarios:

Publicar un comentario