jueves, 10 de octubre de 2013

El canto de los guajolotes


“Pobrecitos los de Guerrero”, se escucha en el hall del vestidor de un club deportivo privado en la Ciudad de México. La voz hace imaginar cómo sonarían los guajolotes, si pudieran expresarse con palabras. Proviene del sitio en el que acostumbran tomar café, junto a una televisión plana que narra las noticias de inundaciones en varios estados del país. Otra voz, menos aguda, pero con la misma tonada, le responde: “¿Has visto? Pobrecitos, cómo perdieron sus casas. Por eso yo en las noches mejor me tomo mi pastilla y me voy a dormir; ver noticias me deprime”
         Son las once de la mañana de un miércoles. Ambas señoras toman café y esperan que el espejo, de marco de caoba, esté desocupado para maquillarse. Voz de Guajolote prosigue: “Mi muchacha me contó que en su pueblo se destruyó todo”, destapa un rímel Chanel y acerca la cara al espejo para pasar con cuidado el pequeño cepillo por sus pestañas. La otra le responde: “Ay, pobre. Por cierto, hablando de muchachas,  ¿te conté que la mía me pidió un aumento? ¡No es posible!, le pago 900 a la semana y la dejo comer lo que quiera de la despensa, y todavía me dice que no le alcanza. Hasta le compro yogurt light para que no engorde. Yo le pregunté que para qué quería tanto dinero, si de todos modos no se compra nada”. Ambas sonríen y se siguen maquillando.
        Una tercera mujer, Yolanda, entra al vestidor, sudada por su clase de Pilates, que acaba de terminar. Saluda, mira de pies a cabeza a las mujeres que se maquillan y, dirigiéndose a la que se quejaba por el sueldo de la servidumbre, le dice ”Qué lindos tenis, ese color te va divino”; la mujer de la mucama exigente responde “Ay sí, Yoland, los compré en mega seil en Mayiami, a sólo 240 dólares. Y compré otros verdes fluorescentes, esos que están a la onda”. Yolanda sonríe y voltea a ver la televisión, en la que siguen mostrando pueblos con casas destrozadas y personas damnificadas amontonadas en refugios. “¿Vieron qué feo? De verdad que pobre gente. Pero ahora resulta que le quieren echar la culpa al gobernador. O sea, la gente se instala donde no debe y luego culpa al gobierno. Yo en verdad no entiendo por qué no piden un crédito al banco y se compran una casa decente; ahora ya hay Banco Maya y hasta les pueden prestar en la tienda Edipo” todas sonríen y se acomodan el pelo al mismo tiempo.
          Yolanda lleva la toalla mojada a la barra de toallas, que es atendida por Vicky. Viendo fijamente le pregunta: “Vicky, ¿estás de acuerdo en que la gente no debe construir ahí sus casas?“ La empleada levanta los hombros y recibe la toalla.
         La mujer de la mucama exigente, aprovecha el intercambio de palabras: “Oye, Vicky linda, ¿no sabrás de alguien que quiera trabajar en mi casa? Mi actual asistenta ha exagerado en sus peticiones y eso ha destrozado mi confianza. Si sabes de alguien me dices ¿va?”. Yolanda, al oírla, voltea repentinamente y, al hacerlo, tira una de las tazas de café. “¿Buscas chachaaa? Ay no, en estos tiempos eso es más difícil que encontrar marido. Yo que tú le subía el sueldo un poco a la que tienes o ¿sabes qué me funcionó a mí?, le doy dinero para comprar helados con los niños y ella se puede comprar uno… y también le regalé algunas blusas de mi hija para que se los diera a sus niñas. De verdad que no sé ni de qué se quejan esas mujeres. Mis tres chachas tienen una cama cada una, en litera, pero cama. Yo digo que así se sienten más jóvenes y seguro están mejor que en los catres de su pueblo. Aparte, comen en la misma mesa que nosotros. ¡Imagínate!”. “Qué linda eres”, le responde voz de guajolote, “yo les puse un desayunador en la cocina para que se sintieran más en confianza. Uno nunca sabe cuándo vas a utilizar la mesa grande y quien sabe qué cosas esparzan donde comen. Recuerda que no son como nosotros. Pero tú eres tan humana, siempre has tenido sentido de la fraternidad. Te admiro”.
Vicky limpia el café recién tirado cuando es interrumpida por Yolanda, quien le detiene el trapeador con una mano:  “Vicky, a que tú no comes en la misma mesa que la directora del club”, y sin dejarla responder prosigue, “¿Ven? se los dije. Esas mujeres que viven en nuestras casas deberían agradecer lo que les damos; que vean lo que sufren los de Guerrero. Ahí sí que les va mal, pero porque quieren. Todas sabemos que esa gente es pobre porque quiere. Mi sobrino trabaja en Desarrollo y me cuenta que esos campesinos no saben nada de cómo aplicar proyectos. Sólo quieren que les den dinero. Imagina que les hicieron una asesoría desde Harvard y los brutos no podían ni traducirla”. Todas asienten y Vicky sigue limpiando. Yolanda continúa “Así cómo quieren mejorar… deberían de capacitarse”
Un grupo de mujeres entra al vestidor, agitadas porque acaban de terminar la clase de Bodypomp. Platican entre ellas: “¿Viste que subieron el mantenimiento a 8,500 bimestrales? Es el colmo”, “No sabes qué lindo mi crucero por Ibiza, ves tantas cosas y tanta arte. La gente ahí sí tiene clase “, “Mi hijo acaba de chocar el Be-eme de su papá, no saaabes cómo se puso Enrique. Le castigó la American y le canceló el viaje a Las Vegas con sus amigos”.
Callan repentinamente ante algunas imágenes que se muestran en la televisión. Una de ellas dice “Ay, pobrecitos los de Guerrero”.

Por Azucena



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