“Pobrecitos los de Guerrero”, se escucha en el hall del vestidor de un club deportivo privado
en la Ciudad de México. La voz hace imaginar cómo sonarían los guajolotes, si pudieran
expresarse con palabras. Proviene del sitio en el que acostumbran tomar café,
junto a una televisión plana que narra las noticias de inundaciones en varios
estados del país. Otra voz, menos aguda, pero con la misma tonada, le responde:
“¿Has visto? Pobrecitos, cómo perdieron sus casas. Por eso yo en las noches
mejor me tomo mi pastilla y me voy a dormir; ver noticias me deprime”
Son
las once de la mañana de un miércoles. Ambas señoras toman café y esperan que
el espejo, de marco de caoba, esté desocupado para maquillarse. Voz de Guajolote
prosigue: “Mi muchacha me contó que en su pueblo se destruyó todo”, destapa un
rímel Chanel y acerca la cara al espejo para pasar con cuidado el pequeño
cepillo por sus pestañas. La otra le responde: “Ay, pobre. Por cierto, hablando
de muchachas, ¿te conté que la mía me pidió un aumento? ¡No
es posible!, le pago 900 a la semana y la dejo comer lo que quiera de la
despensa, y todavía me dice que no le alcanza. Hasta le compro yogurt light para que no engorde. Yo le
pregunté que para qué quería tanto dinero, si de todos modos no se compra nada”.
Ambas sonríen y se siguen maquillando.
Una
tercera mujer, Yolanda, entra al vestidor, sudada por su clase de Pilates, que acaba de terminar. Saluda, mira de
pies a cabeza a las mujeres que se maquillan y, dirigiéndose a la que se
quejaba por el sueldo de la servidumbre, le dice ”Qué lindos tenis, ese color te
va divino”; la mujer de la mucama exigente responde “Ay sí, Yoland, los compré en mega seil en Mayiami,
a sólo 240 dólares. Y compré otros verdes fluorescentes, esos que están a la
onda”. Yolanda sonríe y voltea a ver la televisión, en la que siguen mostrando
pueblos con casas destrozadas y personas damnificadas amontonadas en refugios. “¿Vieron
qué feo? De verdad que pobre gente. Pero ahora resulta que le quieren echar la
culpa al gobernador. O sea, la gente se instala donde no debe y luego culpa al gobierno.
Yo en verdad no entiendo por qué no piden un crédito al banco y se compran una
casa decente; ahora ya hay Banco Maya y hasta les pueden prestar en la tienda Edipo”
todas sonríen y se acomodan el pelo al mismo tiempo.
Yolanda
lleva la toalla mojada a la barra de
toallas, que es atendida por Vicky. Viendo fijamente le pregunta: “Vicky,
¿estás de acuerdo en que la gente no debe construir ahí sus casas?“ La empleada
levanta los hombros y recibe la toalla.
La mujer de la mucama exigente, aprovecha
el intercambio de palabras: “Oye, Vicky linda, ¿no sabrás de alguien que quiera
trabajar en mi casa? Mi actual asistenta ha exagerado en sus peticiones y eso ha
destrozado mi confianza. Si sabes de alguien me dices ¿va?”. Yolanda, al oírla,
voltea repentinamente y, al hacerlo, tira una de las tazas de café. “¿Buscas
chachaaa? Ay no, en estos tiempos eso es más difícil que encontrar marido. Yo
que tú le subía el sueldo un poco a la que tienes o ¿sabes qué me funcionó a
mí?, le doy dinero para comprar helados con los niños y ella se puede comprar
uno… y también le regalé algunas blusas de mi hija para que se los diera a sus
niñas. De verdad que no sé ni de qué se quejan esas mujeres. Mis tres chachas
tienen una cama cada una, en litera, pero cama. Yo digo que así se sienten más
jóvenes y seguro están mejor que en los catres de su pueblo. Aparte, comen en
la misma mesa que nosotros. ¡Imagínate!”. “Qué linda eres”, le responde voz de guajolote,
“yo les puse un desayunador en la cocina para que se sintieran más en confianza.
Uno nunca sabe cuándo vas a utilizar la mesa grande y quien sabe qué cosas
esparzan donde comen. Recuerda que no son como nosotros. Pero tú eres tan
humana, siempre has tenido sentido de la fraternidad. Te admiro”.
Vicky limpia el café recién tirado
cuando es interrumpida por Yolanda, quien le detiene el trapeador con una mano: “Vicky, a que tú no comes en la misma mesa
que la directora del club”, y sin dejarla responder prosigue, “¿Ven? se los
dije. Esas mujeres que viven en nuestras casas deberían agradecer lo que les
damos; que vean lo que sufren los de Guerrero. Ahí sí que les va mal, pero
porque quieren. Todas sabemos que esa gente es pobre porque quiere. Mi sobrino trabaja
en Desarrollo y me cuenta que esos campesinos no saben nada de cómo aplicar
proyectos. Sólo quieren que les den dinero. Imagina que les hicieron una
asesoría desde Harvard y los brutos no
podían ni traducirla”. Todas asienten y Vicky sigue limpiando. Yolanda continúa
“Así cómo quieren mejorar… deberían de capacitarse”
Un grupo de mujeres entra al
vestidor, agitadas porque acaban de terminar la clase de Bodypomp. Platican entre ellas: “¿Viste que subieron el
mantenimiento a 8,500 bimestrales? Es el colmo”, “No sabes qué lindo mi crucero
por Ibiza, ves tantas cosas y tanta arte. La gente ahí sí tiene clase “, “Mi
hijo acaba de chocar el Be-eme de su papá, no saaabes cómo se puso Enrique. Le
castigó la American y le canceló el
viaje a Las Vegas con sus amigos”.
Callan repentinamente ante algunas
imágenes que se muestran en la televisión. Una de ellas dice “Ay, pobrecitos
los de Guerrero”.
Por Azucena
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