lunes, 11 de noviembre de 2013

Dichos populares


Dichos populares

Hoy perdí el brazo derecho. Empecé a correr hace unas semanas, por lo menos 40 minutos al día. Desde que empecé a hacerlo, en lugar de sentir que mis pulmones iban a explotar o que mis piernas desfallecían de cansancio, una punzada caliente se apoderó de mi brazo derecho y éste se engarrotó, como tuviera una fractura y lo hubieran enyesado. A mí nunca se me ha fracturado nada, pero creo que así debe sentirse.
La parálisis se me quitó la mañana siguiente. Pero desde aquella vez, después de correr me iba a dormir con el brazo doblado en 90 grados, como una escuadra y despertaba como si no hubiera nada malo. Pensé en ir al hospital, pero no tenía tiempo ni ganas de sentarme a esperar que me atendieran en una sala de urgencias, después de los acuchillados y los niños con fiebre.
         A fin de cuentas, ¿qué es un brazo tullido? Cuando nací, a mi mamá se le paralizó la mitad de la cara y estuvo así algunos meses. Visitó a muchos especialistas, pero ella sostiene que se mejoró cuando decidió relajarse, y reflexionó sobre lo que pasaba con su vida, no tardó en descubrir que una mitad de ella desbordaba de alegría, pero la otra mitad estaba paralizada de terror.
         Hice algo parecido. Todos los días, antes de salir a trotar, escribía una carta a mano. Se las dediqué a mis exnovias, algunos amigos y a toda la gente con la que quedó algo pendiente por decir. El dolor se mantuvo pero sentí que llegaría a algo. Ayer me senté a escribir y ya no sabía de qué, o a quién, pero ya me había gustado mi nueva costumbre. Así que redacté un texto incendiario sobre el aumento del IVA, el deterioro de la educación y las relaciones de poder, por ahí metí algo de la imborrable mancha de moho en el techo. Corrí doce kilómetros, cuando terminé, descubrí sorprendido que me dolían los tobillos, las piernas y hasta el abdomen, pero mi brazo no y funcionaba tan bien como siempre lo había hecho. Me fui a dormir muy satisfecho. “El poder de la mente, qué cosa tan cabrona”, me dije adormilado.
         Hoy desperté y vi que ya sólo tengo un muñón que termina en el codo derecho. Busqué el resto de mi brazo entre los edredones, abajo de la cama y luego por toda la casa. Me sentía ridículo, confundido y ahogado de miedo, como al despertar de una pesadilla. En medio de mi desesperación, mientras revolvía toda la casa, recordé todo lo que no quise escribirle a mi madre.

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