Dichos populares
Hoy perdí el brazo derecho. Empecé a
correr hace unas semanas, por lo menos 40 minutos al día. Desde que empecé a
hacerlo, en lugar de sentir que mis pulmones iban a explotar o que mis piernas
desfallecían de cansancio, una punzada caliente se apoderó de mi brazo derecho
y éste se engarrotó, como tuviera una fractura y lo hubieran enyesado. A mí
nunca se me ha fracturado nada, pero creo que así debe sentirse.
La parálisis se me
quitó la mañana siguiente. Pero desde aquella vez, después de correr me iba a
dormir con el brazo doblado en 90 grados, como una escuadra y despertaba como si
no hubiera nada malo. Pensé en ir al hospital, pero no tenía tiempo ni ganas de
sentarme a esperar que me atendieran en una sala de urgencias, después de los
acuchillados y los niños con fiebre.
A
fin de cuentas, ¿qué es un brazo tullido? Cuando nací, a mi mamá se le paralizó
la mitad de la cara y estuvo así algunos meses. Visitó a muchos especialistas,
pero ella sostiene que se mejoró cuando decidió relajarse, y reflexionó sobre
lo que pasaba con su vida, no tardó en descubrir que una mitad de ella desbordaba
de alegría, pero la otra mitad estaba paralizada de terror.
Hice
algo parecido. Todos los días, antes de salir a trotar, escribía una carta a
mano. Se las dediqué a mis exnovias, algunos amigos y a toda la gente con la
que quedó algo pendiente por decir. El dolor se mantuvo pero sentí que llegaría
a algo. Ayer me senté a escribir y ya no sabía de qué, o a quién, pero ya me
había gustado mi nueva costumbre. Así que redacté un texto incendiario sobre el
aumento del IVA, el deterioro de la educación y las relaciones de poder, por
ahí metí algo de la imborrable mancha de moho en el techo. Corrí doce
kilómetros, cuando terminé, descubrí sorprendido que me dolían los tobillos,
las piernas y hasta el abdomen, pero mi brazo no y funcionaba tan bien como siempre
lo había hecho. Me fui a dormir muy satisfecho. “El poder de la mente, qué cosa
tan cabrona”, me dije adormilado.
Hoy
desperté y vi que ya sólo tengo un muñón que termina en el codo derecho. Busqué
el resto de mi brazo entre los edredones, abajo de la cama y luego por toda la
casa. Me sentía ridículo, confundido y ahogado de miedo, como al despertar de
una pesadilla. En medio de mi desesperación, mientras revolvía toda la casa,
recordé todo lo que no quise escribirle a mi madre.
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