Total que ahí me tienes, o mejor dicho:
nos tienes, a la familia de cinco –contando a la vecina– , aplastados unos
contra otros entre tubos, bisturís, y demás artefactos esterilizados en
esos cuatro por dos metros y dos y medio de alto.
— ¡Pero vas a
ver, estúpido!
— Pero yo no
hice nada, ¡qué!
— ¡Fíjate manita! Hoy es el solsticio. Si se muere
antes de las doce de la noche, seguro que reencarna en un cóndor o una de esas
avecillas de paz.
— No sabes
guardar tus cosas, tarado animal. Además ibas a dejar las sustancias. Me, nos
lo prometiste.
—¡Pero si yo
las dejé! Que ese cabrón las haya agarrado de donde las dejé, es otra cosa.
—Seguro lo
sacaste de la familia de tu padre, si de la mía ha salido pura gente de bien. O
ha de ser por tus influencias. Mañana has de andar bien tatuadote de tu carita
con unas lagrimotas o una red en el codo.
— Pero tú andas
toda tatuada…
— Pero a ti te
vale verga lo que haga yo y la demás gente, cabrón.
— ¡La abuela!
— ¡YA! O se
están quietos o aquí mismo se me bajan a media calle con todo y escuincle.
Exhalo. La casa me da tranquilidad, el humo no
representa ni paranoias ni bajones; sólo humo.
La vida va tan rápido
que parece lenta, como una película (la cinta de nitrato de plata) pasando de
carrete a carret…
— La leche. Hay
que traer la leche¾, como mi abuela, que parece que va leeeeento pero en realidad
tiene algo así como un sexto sentido para prever las cosas que se acaban antes
de que se aca…
— La leche. Hay
que traerla.
— Sí, abue,
ahorita voy.
O sea, mi abuela va más
rápido que el ser humano promedio.
— ¡Lucas! ¡Baja
la velocidad, la Tierra va muy rápido y ni siquiera he estacionado mi carroza!
¡Lucas!
—Abue, abue,
tranquila, no pasa nada…
— Pero el lugar
de minusválidos es para…
— No abue,
tranquila.
Pobres (él y ella);
hizo al gobernador instalar un aparcamiento para minusválidos afuera de la casa
para poder estacionar su silla de ruedas.
En fin, la saqué y me hizo recostarla boca abajo para poder revisar que el pasto no creciera más rápido
de lo que debe. Las reglas son para seguirse, dice.
El ruido que produjeron
al dejar el pasto atrás me hizo preguntarme por qué arrastro los pies, pero me
vi interrumpido por el estriden…
— ¡Lucas! ¡Tu
hermano volvió a encontrar tu jeringa y se quiere matar!
— ¡La leche!
Lucas, si se mata no va a poder ir por la leche, ¡Lucas! —desde afuera.
Toctoc, la puta vecina, “bueno, ya
entré. Maniiiiita, te traigo el chisme de todos los tiempos, ¡que don Vicancio
se cortó el bigote! Ya sé, ni me digas, se le veía horrible, pero qué le
paaaasaa, así lo hemos conocido desde siempre y así como así se lo corta;
¡noooooombre!” ya toda tiradota en el sofá, haciendo más grandes las quemaduras
de cigarro del plástico protector embarrándole los mocos que se había sacado
mientras monologueaba.
— ¡Marta, que
el chiquillo se quiere matar otra vez!
— No, qué
horrooooor manita, ni me digas. Por cieeeerto, que no estás para escucharlo
pero ya te lo estoy contando; ¿ya supiste?,
el hijo de los Lópezpadilla se cayó y se… Por cierto, ¿está bien si
fumo? ¾sacó su cigarro de adiezlacajetillaenelmetro y lo prendió.
— La leeeche,
Lucas, ¡la leche!
— Dale abuela,
que te toca el armario de nuevo. Ya habíamos hablado de estar chingando.
Luego de meterla logré
subir adonde estaba el taradete: La vida
es una puta mierrrrrrda; ni el humano debió nacer ni la consciencia debió
darse, gritaba.
Por Lorenzo Quintero
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