domingo, 29 de diciembre de 2013

Mementomori



Total que ahí me tienes, o mejor dicho: nos tienes, a la familia de cinco –contando a la vecina– , aplastados unos contra otros entre tubos, bisturís, y demás artefactos esterilizados en esos cuatro por dos metros y dos y medio de alto.
— ¡Pero vas a ver, estúpido!
 Pero yo no hice nada, ¡qué!
 ¡Fíjate  manita! Hoy es el solsticio. Si se muere antes de las doce de la noche, seguro que reencarna en un cóndor o una de esas avecillas de paz.
 No sabes guardar tus cosas, tarado animal. Además ibas a dejar las sustancias. Me, nos lo prometiste.
¡Pero si yo las dejé! Que ese cabrón las haya agarrado de donde las dejé, es otra cosa.
Seguro lo sacaste de la familia de tu padre, si de la mía ha salido pura gente de bien. O ha de ser por tus influencias. Mañana has de andar bien tatuadote de tu carita con unas lagrimotas o una red en el codo.
 Pero tú andas toda tatuada…
 Pero a ti te vale verga lo que haga yo y la demás gente, cabrón.
 ¡La abuela!
 ¡YA! O se están quietos o aquí mismo se me bajan a media calle con todo y escuincle.

Exhalo. La casa me da tranquilidad, el humo no representa ni paranoias ni bajones; sólo humo.
La vida va tan rápido que parece lenta, como una película (la cinta de nitrato de plata) pasando de carrete a carret…
 La leche. Hay que traer la leche¾, como mi abuela, que parece que va leeeeento pero en realidad tiene algo así como un sexto sentido para prever las cosas que se acaban antes de que se aca…
 La leche. Hay que traerla.
 Sí, abue, ahorita voy.
O sea, mi abuela va más rápido que el ser humano promedio.
 ¡Lucas! ¡Baja la velocidad, la Tierra va muy rápido y ni siquiera he estacionado mi carroza! ¡Lucas!
Abue, abue, tranquila, no pasa nada…
 Pero el lugar de minusválidos es para…
 No abue, tranquila.
Pobres (él y ella); hizo al gobernador instalar un aparcamiento para minusválidos afuera de la casa para poder estacionar su silla de ruedas. En fin, la saqué y me hizo recostarla boca abajo para poder revisar que el pasto no creciera más rápido de lo que debe. Las reglas son para seguirse, dice.
El ruido que produjeron al dejar el pasto atrás me hizo preguntarme por qué arrastro los pies, pero me vi interrumpido por el estriden… 
 ¡Lucas! ¡Tu hermano volvió a encontrar tu jeringa y se quiere matar!
 ¡La leche! Lucas, si se mata no va a poder ir por la leche, ¡Lucas! desde afuera.
Toctoc, la puta vecina, “bueno, ya entré. Maniiiiita, te traigo el chisme de todos los tiempos, ¡que don Vicancio se cortó el bigote! Ya sé, ni me digas, se le veía horrible, pero qué le paaaasaa, así lo hemos conocido desde siempre y así como así se lo corta; ¡noooooombre!” ya toda tiradota en el sofá, haciendo más grandes las quemaduras de cigarro del plástico protector embarrándole los mocos que se había sacado mientras monologueaba.
 ¡Marta, que el chiquillo se quiere matar otra vez!
 No, qué horrooooor manita, ni me digas. Por cieeeerto, que no estás para escucharlo pero ya te lo estoy contando; ¿ya supiste?,  el hijo de los Lópezpadilla se cayó y se… Por cierto, ¿está bien si fumo? ¾sacó su cigarro de adiezlacajetillaenelmetro y lo prendió.
 La leeeche, Lucas, ¡la leche!
 Dale abuela, que te toca el armario de nuevo. Ya habíamos hablado de estar chingando.
Luego de meterla logré subir adonde estaba el taradete: La vida es una puta mierrrrrrda; ni el humano debió nacer ni la consciencia debió darse, gritaba.

Por Lorenzo Quintero

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