domingo, 12 de enero de 2014

La vida sexual de las figuras geométricas


—¿Cómo te explico? No tengo los conocimientos suficientes, no he pasado siquiera a la segunda dimensión y aún no acabo de entender este asunto de los 360 grados —dijo la pequeña circunferencia anhelando tener una esquina dónde ocultar su penosa mirada.
—Pero… hace no mucho fuimos de vacaciones a la página 146 del capítulo donde viven los ovoides. Ahí conocí y jugué con dos pequeños ovalitos; coloqué mi lado B, opuesto a mi ángulo agudo y, los pequeñines, primero subían por mi cara casi vertical hasta el final del vértice A, para después lanzarse sobre mi lado C ¡como si fuera una resbaladilla! Fue muy divertido porque mientras se desplazaban sobre mi recta, su semicircunferencia los hacía rebotar tan alto que casi se salen de la página, jajaja. ¡Anda vamos jugar! —le rogó Obtusito, el pequeño triángulo que no sabía nada de operaciones geométricas.
—Que no, te digo.
—¿Pero por qué no? Ándale Circunferencia, no seas tan racional, vamos mientras llega el Autor del libro —de nuevo suplicó Obtusito con toda la actitud positiva que era capaz de representar.
—Mira, tengo un número primo que es un travieso de los buenos y siempre resulta en operaciones erróneas o negativas. El otro día me contó que fue a donde todas las operaciones y figuras geométricas tenemos prohibido ir. Sí, ¡fue a la página de respuestas!
—¡Noooo! ¿en seriooo?
—Afirmativo, y me contó unas cosas dignas de las pesadillas más tormentosas de San Pitágoras. Por ejemplo, me dijo que existe un demonio llamado Bisectriz que siempre resulta de la necesidad de dividir a las figuras, líneas y ángulos, justito por su centro, justito a la mitad. Y la verdad yo no tengo ninguna necesidad de dividirme, de ser ahí, dos medios círculos buenos para nada. No, yo cuando sea grande quiero ser parte de algo muy importante, como la circunferencia de una mesa donde grandes personalidades discutan los magnos avances científicos o los peores conflictos internacionales. Y tú, con esos vértices tan filosos y agudos, representas un peligro para mi forma perfecta.
—Uy, pues que ñoña. Con esa actitud lo que te iría mejor sería tener cuatro lados unidos por ángulos rectos, sí, por cuadradoooota —contestó Obtusito ya resignado mientras se columpiaba sobre una curva de Bézier.
—¡Irracional, negativo, ordinal! ¡Eres tan… tan… fraccional! ¡Eso! Pero bien me lo decía mi padre el Compás: mi’ja, aguas con esos polígonos de tres lados que nomás tienen cara para sus tres segmentos y que, en su necesidad de contener una diagonal, son capaces de cualquier aversión matemática. Cuidado, son unos cerdos…
—Ñañañaña… pues que papá tan imbécil. Pero bueno, no se puede esperar mucho de una herramienta que sólo sabe trazar líneas gordas, como tú, jajaja —le contestó Obtusito muy ofendido por la trazadería de don Compás.
—¡¿Gorda?! ¡¿gorda?! Gorda tu… tu… Pero ahora que llegue el autor del libro, verás, le contaré sobre todas tus groserías —exclamó Circunferencia deseando de nuevo tener una cara oculta.
—Sí, sí, sí, cuéntale todo, desde el cero hasta el mil romano, dile que te apesta el radio, que a tu diámetro le rechina la bisagra y que tu  mamá es una guarra tangente que hace mucho no ves. Y también dile…
—Muchachos, buenos días, ¿qué están haciendo? —interrumpió A. Baldor.
—¡Autor del libro, gracias a Ptolomeo que ha llegado! —dijo Circunferencia relajando su forma para de nuevo tomar aire—, este grosero, sólo porque no quise jugar con él, me ha ofendido como nadie, me dijo que…
—Ya, ya, ya. A ver, las instrucciones son: a) dejar de pelear. b) tomar las coordenadas en los cuadrantes asignados. c) fijar su a-tención en el punto cero. ¿Ya? Bien, ahora procederemos a la explicación —dijo A. Baldor, mientras acomodaba con rigor militar sus instrumentos de cálculo y medición. Sacó y acomodó de su portafolio de piel de cabra, dos libros: Aritmética práctica y especulativa, de Pérez de Moya y, InstitutionesPhilosophicae, acMathematicae ad usumscholarumpiarum, de Corsini, Eduardi. Fijó a media mecha su lámpara de queroseno, entintó la puntilla de oro de su pluma y escribió:

La totalidad es un número entero compuesto por millonésimas fracciones. Así como la realidad palpable, así como las ideas e incluso los sueños, nada escapa a la fracción. Las aleaciones más sólidas no son más que compuestos de moléculas inertes, sin excitación ni deseo pero con una fuerte atracción que las mantiene tan juntas. ¡Ironía! ¡No, nada de eso! ¡Es ciencia no entendida! Es desconocimiento de las partes, la no comprensión resulta un insulto a la Unidad, al Uno origen de todo. Como estas simples figuras que, por su forma final, no comprenden que su constitución parte del mismo origen. No saben, no entienden que están hechas de lo mismo, que obedecen a las mismas reglas y leyes. Soberbias formas que desconocen a “la parte”, sin embargo…

—Ya, no lo tomes así.
—Es que me dijiste gorda.
—Bueeeeno, estás redondilla, eso sí, pero te ves muy bien. Y además así es tu naturaleza. Piensa que cuando seas grande todas las operaciones te verán como una figura muy compleja, guapita y sexy. Ya me los imagino “adiós, circulooote”, jejeje, no me hagas caso, así somos los triángulos de irracionales.
—¿En serio crees que soy bonita?

—Tan bonita como un plano en blanco, como el infinito, como una ecuación de tres incógnitas, la raíz cuadrada de un número que aún no han inventado. Tan bonita como para sustraernos, dividirnos, sumarnos y, por qué no, multiplicarnos. Anda, te invito a la portada del libro mientras el viejo sigue con sus cosas raras, ¿sí?

Por Víctor Hugo G

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