En
aquella ocasión vine a Méjico para arreglar lo del dinero que tenía en una
inversión, como ya no planeaba regresar no tenía caso dejarlo ahí. Lo que había
juntado no era mucho, pero igual aprovechaba para ver a mi familia. Llegué por
la noche al aeropuerto de Boston con dos maletas grandes, el vuelo hacia la
Ciudad de Méjico saldría en un par de horas. Siempre acostumbro viajar bien
cargada, no sé por qué. En la sala de espera me senté junto a unos niños que
jugaban algún videojuego en una tableta. Con disimulo observaba sus juegos,
pero ni siquiera me voltearon a ver. Decidí ir por un café y husmear por ahí,
me emocionaba que en pocas horas vería a mi familia, más de un año sin verlos.
Me daba mucha emoción contarles cómo me iba, el dinero, Michael, todo. Passengers of flight 335, destination to
Mexico City with time of 22:00 hours, please go to boarding room. Lo de
siempre, formarse y esperar a que revisaran tu equipaje, papeles, el protocolo
de siempre.
En la entrada uno de los guardias me pidió
la visa, como la traía en la mano junto con los boletos y el teléfono, se me
cayó al suelo. Pensé que me ayudaría a recogerla, pero ni se inmutó. Después de
entregársela, la revisó con cuidado mientras de reojo me veía, entonces me
pidió abrir mi mochila, todavía lo normal en los aeropuertos. Ya una vez me
habían dejado sin desodorante en spray para los pies, que por políticas de
seguridad. El guardia siguió con su rutina mientras yo navegaba en mi teléfono.
Momentos después volteó a verme de manera sospechosa, como queriendo encontrar
algún elemento malo en mí. Su mirada, de abajo hacia arriba y después fijamente
a los ojos. Algo le había llamado la atención, no me percaté qué era por lo
distraída. Normalmente en ese momento era cuando me daban mi mochila y me
decían que todo estaba bien, pero no en esta ocasión. Después de cerrarla me
pidió que pasara por un costado hacia una sala un poco alejada de la de
abordaje. Ahí supe que algo no marchaba bien, sólo fueron unos metros que
avanzamos, pero me parecieron kilómetros. Todos hemos escuchado esas historias
donde les siembran drogas a los pasajeros, miles de dólares, yo qué sé. Comencé
a sudar y la boca se me secó. Entramos en la sala y uno de los guardias cerró
con seguro la puerta. Ya valí, cruzó por mi mente, pero ¿por qué? Dos policías empezaron a llenarme de
preguntas, que a qué me dedicaba en Méjico, por qué estaba en los Estados
Unidos, por qué tanto tiempo. Les dije la verdad. Díganme: ¿qué pasa?, no he
hecho nada.
Tiempo atrás, todavía tenía
el novio que te platiqué con el que duré doce años, lo conocía desde que era
niña, muy buena persona, siempre me ayudaba. Cuando se murió mi mamá me echó la
mano con todo. Ya te imaginarás, todos estaban muy tristes en la casa, yo me
sentía extraña, triste, pero más como rara. Mi mejor amiga, Carolina, se enteró
de la muerte de mi mamá y me llamó para darme el pésame, ella vive en Boston
desde hace varios años. Platicamos un buen rato y me propuso: ¿Por qué no te
vienes a visitarnos?, sirve que te distraes un poco. A Joshua y a mí nos está
yendo muy bien. Además no conoces a mis hijas. Por el dinero no te preocupes,
te mandamos para el boleto de avión y aquí te puedes quedar sin broncas.
No había tenido la
oportunidad de salir del país y esa oferta no se presenta con frecuencia. No sabía si irme, trabajaba entonces
dando clases de inglés a niños en una primaria cerca de mi casa. La verdad me
gustaba mi trabajo, siempre me han gustado los niños. Qué chistoso que no tenga
hijos, ¿verdad?
Hablé con la directora de la escuela,
como ya tenía varios años ahí y no había tomado vacaciones en al menos un par
no me puso peros, aparte por lo de mi mamá. Me dijo que me tomara el tiempo que
necesitara. Nada más me pidió que le diera chance de encontrar una sustituta.
La suplente tardó en llegar tres semanas y el boleto para Boston lo había
sacado para dentro de un mes.
Hice como seis horas a Boston, me recibieron Carolina y Joshua con sus
niñas y nos fuimos directo a su casa. Muy bonita la casa, como las de esas
series gringas, con alberca y todo. La recámara donde me quedé estaba casi del
tamaño de la sala de mi casa, todo muy padre. Las niñas al principio no me hablaban,
es normal, primero se les hace rara tu presencia, pero después agarran confianza
y no paran de preguntar, y como a mí me encantan los niños, pues rápido me
encariñé con ellas, creo que ellas conmigo también.
A Caro y Joshua les va muy bien,
trabajan en algo de tecnología. Sus amigos, los sábados por la tarde iban a
tomar la cervecita a su casa. Me llama la atención cómo los gringos siempre que
beben están haciendo algo, me refiero a que juegan cartas, monopoly, todos esos
juegos de mesa, no como acá que siempre estamos tomando y platicando. El resto
de la semana se la pasaban trabajando, yo me quedaba en su casa cuidando a las
niñas y a veces preparaba la comida. Iba por ellas a la escuela pues quedaba cerca,
de hecho nada estaba lejos. Nos regresábamos carcajeándonos, pasábamos al súper
por comida y lo que hiciera falta.
La verdad me la estaba pasando mejor
de lo que pensé, a veces hablaba por teléfono con mis hermanas, con honestidad
casi no pensaba en nadie de acá, la vida allá era como un sueño y el tiempo se
me pasaba muy rápido. En una de las reuniones me presentaron a Michael, un tipo
encantador, se dedicaba a algo de importaciones, muy alto. Me invitó a salir,
me enseñaba la ciudad mientras la plática no paraba, me gustaba mucho. Al
inicio me sentí culpable por mi novio, pero nunca había conocido a alguien como
Michael, él era distinto.
Se acercaba el día de regresar, tres
meses se pasaron como una semana y yo había planeado volver antes. Le llamaba
cada semana a la directora para aplazar mi regreso, al tercer mes me dijo que
le daba mucha pena pero no tenía alternativa, si no regresaba pronto tendría
que contratar indefinidamente a mi suplente. ¿Por qué no te quedas aquí y
trabajas con nosotros? Las niñas te adoran y creo que a ti también te gustan.
La verdad es que nosotros apenas tenemos tiempo de ocuparnos de ellas y la
casa. Si no tienes problema con esto, te podemos contratar, y ya, conseguimos
un lugar para vivas, me dijo Carolina de manera muy convincente. Cuando Joshua
confirmó las intenciones de Caro fue suficiente para que me decidiera. Al poco
tiempo llamé a mi trabajo y familia para comunicarles la decisión. El que me
costó trabajo fue mi novio, doce años de relación no es algo sencillo, y sí,
fue el más afectado, pero bueno, supuse que podría arreglárselas.
Ya había pasado en Boston quince meses
y cada día era mejor. Tenía una visa por diez años y ganaba poco más de mil
pesos al día —cosa que en México nunca hubiera podido—, mi trabajo me daba
oportunidad de hacer más cosas: conseguí una cabaña muy cerca de la casa de
Carolina, Michael y yo cada vez más nos gustábamos más, creo que en verdad nos
estábamos enamorando. Estaba viviendo el verdadero sueño americano.
¿Qué
podía salir mal?
Era
mi diario, el maldito diario. Desde que llegué a Boston me propuse escribir uno.
Iba anotando desde mis impresiones de los lugares que visitaba, las anécdotas
en las reuniones nocturnas, hasta las compras que hacía y debía hacer. Claro
que escribí todo en inglés.
Mientras lo hojeaba con los ojos muy
abiertos y frunciendo el ceño, uno de los guardias me gritó: ¿Sabes que tu visa
es de turista? ¿Usted sabe que está prohibido trabajar en los Estados Unidos
con una visa de turista? Además aquí confiesas que fumas marihuana con tus
amigos.
Sentí un miedo como nunca antes, los ojos de
estas personas son como de algún ser que no es humano.
Traté de explicarles que nada más era una
inofensiva niñera, nada formal, que sólo ayudaba en la casa donde me quedaba. Después
de abofetearme para que dejara de llorar, me hicieron saber que eso era
trabajar ilegalmente, y no importara lo que hiciera, me iban a meter a la cárcel.
Me esposaron como si fuera una terrible criminal. Uno lo ve sencillo en las
películas, incluso cuando le pegan a las personas pareciera que no les duele. Unos
minutos después, ya en la patrulla, las esposas hicieron pedazos mis muñecas.
Cuando llegamos a una especie de separos me condujeron a una celda donde una
policía me pidió que me desnudara, y ahí me sucedió una de las cosas más
humillantes que he vivido. Me metió la mano en la vagina. Metió incluso los
dedos, varios, al ano para “buscar drogas”, escarbando sin ningún cuidado; mis
súplicas y gritos no sirvieron, los policías son como máquinas que no entienden
razones, no lo puedo creer todavía. Mientras lo hacía cerré los ojos con el
deseo de no volver a abrirlos nunca, quise desconectarme del mundo, pensé en
Michael, que ya no sería lo mismo verlo, si lo volvía a ver.
Me tomaron la famosa foto de frente y de
perfil con el número en el pecho. Mis cosas me las quitaron y no me dejaron
comunicarme con nadie. Nunca he sido una persona con mucho carácter, me
intimidan fácilmente. Pensé que intentar defenderme no serviría de algo, por el
contrario, me ganaría una paliza. Fui conducida a una celda donde pasaría una
noche junto a otras dos mujeres. De vez en cuando platicábamos por qué
estábamos presas, sobre nuestras familias, la situación legal para poder salir,
lo mal que podríamos terminar. Yo imaginaba que podían trasladarme a un
reclusorio, la cárcel de verdad, me visualicé violada, golpeada, pero sobre
todo, pensé en mi vida construida hace poco, en las niñas, ¿qué pensarían de
saber que estoy en la cárcel? Mis amigos, Michael, mi familia. Qué estúpida
eres Raquel, esto era muy hermoso como para durar para siempre, mejor nunca
hubieras venido, piénsalo bien, como tus hermanas te habían advertido. Todo eso
me pasó por la mente.
La siguiente noche me sacaron de la celda y me
llevaron ante un juez, ahí tuve que firmar varias hojas. Me dijeron que sería
deportada. Firma tras firma escuchaba al juez decirme que no podría regresar a
los Estados Unidos por lo menos en diez años y que ni se me ocurriera
intentarlo ya que esta vez habían sido muy amables conmigo, pero claro que no
se repetiría.
Fui deportada. Los primeros días, ya de
regreso en Méjico, quise acudir a instituciones donde pudieran ayudarme, pero
decidí mejor no intentarlo, todos conocemos como se manejan esos asuntos. Traté
de pensar en una solución, la cosa es que no podía ni pensar. Imagina, ya tenía
mi vida hecha allá, aquí ya no tenía nada, era como volver a nacer, pero sin
que alguien cuidara de mí. Mis hermanos tienen sus propias vidas, yo acá ya no
tenía nada, ni trabajo.
Hablé con Carolina y Joshua, llegamos
a la conclusión de que la única opción de regresar era casándome con Michael.
¡Claro!, cómo no se me había ocurrido, y cómo no se le había ocurrido a
Michael. Las primeras veces que hablamos, su solución era que me fuera de
mojada, que él me iba a recoger a la frontera en una camioneta. Obviamente le
dije que estaba loco. Después de lo que había pasado. Esa misma tarde lo
llamaría, me volví a ilusionar. En verdad, cómo no se nos había ocurrido, pero
ya estaba todo solucionado, Michael vendría a Méjico y nos casaríamos.
Yo creo que cuando colgué el teléfono
es que me enfermé de depresión. Nunca me había sentido de esa forma, ni aquel
día que estuve presa, golpeada y violada, me quería morir. Lo último que escuché
decir a Michael fue: Raquel, tú sabes que entre mis planes no está el casarme.
Yo soy un hombre libre.
Por: Claudio Gordillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario