Leonardo Garvas no pudo venir hoy,
por lo que me mandó a mí: su hermano gemelo malvado. Así que cualquier
equivocación de mi parte, o queja que quieran hacer, por favor hágansela saber
a él vía email, twitter, facebook, o incluso dicen que todavía checa su hi5.
Por lo pronto, yo les leeré esta breve reflexión que me mandó para ustedes.
Comienzo:
Lo mejor de matar psíquicamente a
un padre es la oportunidad de gozar el duelo, sobrevivir su ausencia y
resucitarlo cuando nos canse. Tal vez imaginar que le gritamos: ¡Eres una gran
porquería cabrón de mierda¡ O quizá rescatarlo de entre los muertos para que
resulte un loco que trata de acabar con el hambre del mundo, el hambre del
alma.
Hay pensadores pirruris, priístas
y chilangos. Claro, como Octavio Paz. Y también el ejército que está contra él,
que posiblemente en el fondo sea igual o más pirruris, priísta y chilango, sólo
que no se ha animado a salir del closet para asumirse como tal. Pero para eso
es bueno uno: para señalar lo que tanto odia, y más si eso que odia habita en
uno. El padre, como símbolo o como figura de adoración, se aloja en aquello que
queremos matar antes de que el padre, o sus complejas neurosis, nos maten. Quizá
por eso en un inicio fue que este libro, al que hay que leer cuidando los
pequeñísimos detalles y al discurso de lo no-dicho, encontró en mí cierta
resistencia al verme reflejado en mis puntos más débiles y vulnerables. Sin
embargo no vine aquí para hacer un análisis psicoanalítico sobre mí o sobre
Sidharta, sino a tratar de seducirlos para que se acerquen a su obra.
En este mundo de las feminazis,
donde hay quienes abandonaron a su hija para tratar de acabar con el hambre del
alma, e hijos que le gritan a su padre: ¡Eres una gran porquería cabrón de
mierda!, también hay mujeres que quieren cortarle las tetas a otras mujeres en
nombre de su ideología. Hay comunas con abusos sexuales. Pero, lo mejor de
todo, hay artesanos que nos ganamos la vida haciéndole creer al cliente que
nuestra obra es un ingenio azaroso e incuestionable; y ellos se van contentos,
o completamente insatisfechos (eso es lo de menos), para dejarnos tener una plácida
experiencia con la cocaína. Este tipo de cosas son las que nos regala Sidharta
en este mundo de ficción, donde todo está permitido, confiando en la lucidez
del lector que –sabemos– puede leer las historias más atroces o las más
gentiles sin que esto afecte su moral.
Pero los cuentos de este libro
tienen algo más que las imágenes e ideas vigorosas que produce. Cuenta con esa
sensación de vacío e incertidumbre, que nos permite construir una intrigante
silueta a través del silencio: lo que está ahí entre las páginas y ni el libro
ni yo se los contaremos directamente, pero que van a reconocer; como una
epifanía tardía que aparece en el momento más inesperado y de la manera menos
habitual.
¿Les ha pasado que se encuentran a
alguien haciendo algo completamente desquiciado y luego se percatan de que ese
alguien son ustedes, justo cuando se ven tirados en el piso? Bueno, algo así
les pasará. Pero también podrán identificar a otros, y decir: ah claro, ahí
están los típicos profesores luchando por el hueso, o esos escritores muertos
de hambre que han tenido que vender su dignidad para subsistir. Y no los
culparé por reírse, no hay nada más jocoso que la desgracia ajena. Sin embargo el
buen gusto no es algo de lo que Sidharta, a diferencia de mí, carezca. Les
puedo garantizar que ante la insensibilidad del destino, también hay un
misterio tan grande, el misterio de que el
poeta ve. Ve donde los estereotipos de los personajes ya se han difuminado,
destensado, incluso modernizado, para dejar de ser definidos por la carga que
llevan.
Pero somos Latinoamérica y aunque
no nos interese hablar principalmente sobre la violencia o la globalización, éstas
son tan imponentes y estamos tan expuestos a ellas, que de cierto modo permean
los cuentos de Historia de las feminazis en América. Destellos de nuestra
realidad, sin que la realidad sea una carta o un truco fácil para mantener la
atención y la curiosidad del lector, pequeños trazos que nos dibujan el
universo severo y actual que Sidharta edifica sin despreciar jamás la
inteligencia que, sabemos, gozan ustedes, queridos lectores; lectores que al
verse entre las letras de este libro, serán como las mariposas del Haiku de
Issa Kobayashi:
Cubierto de mariposas
El árbol muerto
florece
Muchas gracias.
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