Parece ser que llegué a la base de los camiones. Sí, aquí es la última
parada. Cuando el camión se estacionó fue cuando el señor por fin se decidió
bajar. Pero ahora ya no sé cómo me voy a regresar, no tengo dinero y no sé cuál
es el camión de regreso.
Mi mamá me mandó sola a la casa de mi tía,
me explicó qué camión debía tomar y dónde me tenía que bajar. Recuerda lo que tanto
te digo, dijo, ándate siempre con cuidado, jamás hables con extraños, ni con
mujeres ni mucho menos con hombres. Entonces me besó y me fui. Todo iba muy
bien, no faltaba tanto, pero entonces se subió un señor que se sentó junto a
mí. Yo jamás hubiera pensado que esto pudiera ser un inconveniente, hasta que
me di cuenta de que ya era hora de bajarme y que no podía pasar sobre el señor.
Traté de empujar los asientos de adelante pero no se movían y no encontré
ningún botón en mi asiento para indicarle al conductor que ahí era donde me
tenía que bajar. No podía pedirle al señor que me diera permiso, pero empujarlo
tampoco me iba a funcionar, pues sus rodillas llegaban hasta el respaldo del asiento
delantero. Y vi la casa de mi tía pasar, la seguía como si una cuerda
mantuviera mi cabeza atada a ella, cada vez alejándose más. Mi vestido se
estaba ensuciando por el sudor de mis palmas y mis labios resecos me ardían de
tanto morderlos.
Tal vez se baje pronto, me decía, tal vez se
baje ahora y yo pueda llegar caminando, al fin no es tan lejos. Pero el señor
estaba de necio, pegado a su asiento como burlándose de mí, como retándome. Párate,
párate, párate, repetía en mis adentros, pero nada. Entonces llegó el momento
de la resignación. Cuando sabes que no hay remedio alguno, cuando aceptas que
tu destino es la fatalidad y hasta te creas planes para que tu fin sea un poco
llevadero. Escarbaba entre mis recuerdos para ver si de casualidad mi mamá no
me había dicho un “sólo háblales si necesitas bajar del camión y ellos no se
mueven” pero lo único que pasaba por mi cabeza era su dedo apuntándome y
diciendo “No hables con extraños, no hables con extraños, ña ña ña”. Entre que me decidía si decirle que me dejara
pasar o no, me percate que el camión se había detenido y que los demás
pasajeros bajaron. Servidos, gritó el conductor, comuníquenle a mis compañeros
su nuevo destino.
Por Abril Ramos
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