miércoles, 23 de julio de 2014

Permiso



Parece ser que llegué a la base de los camiones. Sí, aquí es la última parada. Cuando el camión se estacionó fue cuando el señor por fin se decidió bajar. Pero ahora ya no sé cómo me voy a regresar, no tengo dinero y no sé cuál es el camión de regreso.
Mi mamá me mandó sola a la casa de mi tía, me explicó qué camión debía tomar y dónde me tenía que bajar. Recuerda lo que tanto te digo, dijo, ándate siempre con cuidado, jamás hables con extraños, ni con mujeres ni mucho menos con hombres. Entonces me besó y me fui. Todo iba muy bien, no faltaba tanto, pero entonces se subió un señor que se sentó junto a mí. Yo jamás hubiera pensado que esto pudiera ser un inconveniente, hasta que me di cuenta de que ya era hora de bajarme y que no podía pasar sobre el señor. Traté de empujar los asientos de adelante pero no se movían y no encontré ningún botón en mi asiento para indicarle al conductor que ahí era donde me tenía que bajar. No podía pedirle al señor que me diera permiso, pero empujarlo tampoco me iba a funcionar, pues sus rodillas llegaban hasta el respaldo del asiento delantero. Y vi la casa de mi tía pasar, la seguía como si una cuerda mantuviera mi cabeza atada a ella, cada vez alejándose más. Mi vestido se estaba ensuciando por el sudor de mis palmas y mis labios resecos me ardían de tanto morderlos.
Tal vez se baje pronto, me decía, tal vez se baje ahora y yo pueda llegar caminando, al fin no es tan lejos. Pero el señor estaba de necio, pegado a su asiento como burlándose de mí, como retándome. Párate, párate, párate, repetía en mis adentros, pero nada. Entonces llegó el momento de la resignación. Cuando sabes que no hay remedio alguno, cuando aceptas que tu destino es la fatalidad y hasta te creas planes para que tu fin sea un poco llevadero. Escarbaba entre mis recuerdos para ver si de casualidad mi mamá no me había dicho un “sólo háblales si necesitas bajar del camión y ellos no se mueven” pero lo único que pasaba por mi cabeza era su dedo apuntándome y diciendo “No hables con extraños, no hables con extraños, ña ña ña”.  Entre que me decidía si decirle que me dejara pasar o no, me percate que el camión se había detenido y que los demás pasajeros bajaron. Servidos, gritó el conductor, comuníquenle a mis compañeros su nuevo destino.

Por Abril Ramos


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